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Mostrando entradas de febrero, 2019

Verde menta

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La luz de la luna se colaba por su ventana, dibujando una estrecha línea por encima de su colchón solitario. La habitación permanecía a oscuras, dejando intuir entre las sombras el escaso mobiliario y la multitud de cuadros dispersos. Varios lienzos reposaban contra las paredes y las gotas de una lluvia tardía repiqueteaban sobre el tejado de aquella buhardilla parisina. El olor a madera y a pintura se mezclaban consiguiendo una fragancia inspiradora.  Él empapó el pincel en el color verde y varias veces en el blanco, alcanzando el verde menta que llevaba varios días robándole el sueño. Su técnica era incomprendida para muchos, nadie podía entender que pintar prácticamente a oscuras pudiera considerarse racional y mucho menos acabar siendo algún tipo de arte.  Unas velas gruesas descansaban entre el lienzo y sus pinturas, permitiendo que pudiera apreciar el curso de las líneas lo suficiente para conseguir el efecto abstracto, difuminado y profundo que le distinguía. Su técnica

De falsas esperanzas

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Su barba descuidada ya tenía un color más grisáceo que aquel negro agresivo que había lucido antaño. Su cazadora de cuero y sus vaqueros desgastados todavía le daban ese aire rebelde, aunque ya marchito. Su actitud parecía altiva, y su andar precipitado y al mismo tiempo indeciso, como si dudara de su existencia a cada paso. Fumaba compulsivamente un cigarrillo que sostenía con fuerza entre sus dedos, y las monedas tintineaban en su bolsillo, mientras su mirada triste y solitaria vagaba desesperadamente entre la multitud, sin reparar en nada. Su carrera en el mundo del periodismo se había ido a pique sin poder preverlo, y sin conseguir ayuda pública ni de su familia cercana, había dejado su vida marchitarse consumiéndose en unos recuerdos ya caducos. Lanzó la colilla al empedrado, giró sobre sí mismo y, dejando un rastro de whisky a su paso, entró apresuradamente en la casa de apuestas de su barrio. No se puede vivir de sueños, pero se puede malvivir con falsas esperanzas.

Le dejé creerlo

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Era bonito ver cómo intentaba con todas sus fuerzas protegerme. Argumentaba, escondía, simplificaba y bromeaba, siempre tenía algún plan para hacerme sentir mejor, aunque la situación fuera insostenible. En mi interior, ardía en deseos de gritarle que ya no era la niña que él había conocido. Que podía oír lo que estaba pasando en realidad, que ya lo había intuido una parte de mí o que mis oídos habían escuchado cosas peores. Que sería capaz de asimilarlo. Que ya no era su niña. Pero de pronto recordaba que ese sentimiento de protección, esa paternal inclinación por salvarme de todo mal, era lo único que le unía a mí. Lo que le hacía ser a él quien era. Lo único que nos quedaba. Y le dejé creerlo. Porque después de todo, quién era yo para decirle alto y claro que ya era una mujer fuerte e independiente. Que ya no le necesitaba. Probablemente eso lo alejaría de mí, le haría sentirse inútil y desgraciado y yo tampoco quería perderlo. Recuperé mi lado infantil e indefenso, lo hice l

Aprender el olvido

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Jueves. Me levanto cansada, una vez más. Siento que no he dormido nada, otra vez he soñado contigo. Me duele el cuello, la espalda. Te echo de menos. Despacio, me acerco a la cocina. Arrastro los pies hasta la nevera. Mecánicamente cojo la leche, la caliento en el microondas. Mientras tanto conecto la cafetera y pongo una taza en la máquina. Mi cabeza está tan lejos de allí. Recuerdo tus caricias, tus susurros, el roce de tus labios. Se me eriza la piel y me dejo invadir por el recuerdo, acallando la conciencia que me dice que eso es peligroso. Pero quiero sentirlo, quiero recordarlo, y recuperarlo. El sonido del microondas me trae a la cocina. Vierto la leche y la mezclo con mi café recién hecho. Me llevo la taza al salón, miro por la ventana y suspiro. Ya no estás. Debo aceptarlo, e nseñarme a no recordarte, y empezar  a aprender a olvidarte.

Diario de una escritora

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Es bonito releer mis textos antiguos. Me asombra ver cómo se plasma en la escritura el estado de ánimo en el que me encontraba al redactar cada uno. Ahora siento la tentación de cambiar cosas, ser menos cínica o a veces no tan ingenua. Sin embargo no lo hago porque pienso que es una especie de diario, tiene el mensaje que os transmito pero a la vez a mí me transporta al momento en el que lo escribí. Y ese mensaje cifrado es algo que me encanta, porque es solo mío. Por supuesto que hay errores y claro que hay cosas que ya no comparto, pero esa es parte de la gracia, vamos cambiando y nuestros textos lo hacen con nosotros. Hace tiempo me preocupaba la inspiración. Cómo recuperarla después de mucho tiempo sin escribir. ¿La falta de tiempo se considera una excusa? ¿Solo puedo escribir si estoy enamorada o absolutamente deprimida? ¿Cómo puede mi escritura ser tan dependiente del amor? Me irritaba verme tan frágil. Era como perder el control sobre mí misma. Sin embargo ahora lo sé

Una noche de San Juan

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Un manto de diminutas estrellas se extendía sobre sus cabezas. La noche era apacible, sin viento, oscura. El crepitar de las llamas acompañaba al sonido de un grillo cercano. Noche de San Juan. Mar en calma.  Una amistad firme les unía desde su adolescencia. En su madurez, el amor inconfeso había aparecido intermitente entre sus posibilidades, nunca satisfechas. Ahora parecía que por fin era el momento oportuno. Un reencuentro en su pueblo natal, fugaz, intenso. Cualquier cosa podía pasar, se sentía en el aire. No eran aquellos niños que jugaban a encontrarse, ya se habían encontrado. Ella imaginaba un arpa sonando junto al fuego, serena. Él oía los acordes melancólicos de una guitarra. Se veía cantándole las canciones que había compuesto, siempre pensando en ella. Se acercaron guiados por una fuerza irresistible, junto al fuego, deseosos, temerosos. Se rozaron en un tímido beso nocturno, a la orilla de la hoguera, al refugio de la luna.  Años más tarde, cada uno con

El sueño

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El insomnio la estaba consumiendo. Las horas pasaban y la necesidad de dormir era apremiante. Escuchaba el sonido monótono de las agujas de su reloj hacer eco entre las paredes de su dormitorio. Giraba hacia un lado y hacia el otro, cambiando continuamente de postura, buscando la comodidad y, con suerte, el placer del sueño que no llegaba. Pero ese deleite no llegaba. Pasadas las tres de la madrugada, después de pasar inmediatamente de un electrizante escalofrío a un calor asfixiante sin término medio, sintió un arrebato inoportuno por salir a tomar el aire fresco, mientras su cerebro aún se debatía sobre si aquello sería contraproducente en la búsqueda del descanso. Varios minutos más se entretuvo sopesándolo, hasta que el arrebato pasó de largo. Entonces pensó que tal vez escuchar música relajante podría ayudarla a conciliar el sueño. Media hora más tarde, prestando atención a una canción detrás de otra, cayó en la cuenta de la inutilidad. Dos veces más se vio obligada a a