Descubriendo al cínico


Hace tiempo que estoy observando este perfil de persona. Llevo acumulando opiniones encontradas sobre su actitud ante la vida, tratando de no identificarme con él y tampoco ser demasiado hipócrita. No quiero pecar de ingenuo ni de listillo. Me he convencido de que todos tenemos algo de cínicos en algún momento y algún aspecto concreto de nuestra vida, y así he conseguido reconciliarme conmigo mismo.

Aquel día sin embargo le di muchas vueltas a la hipocresía, desprecio y crueldad de una persona cínica. Siempre me había impresionado la facilidad con que cambian de opinión en función del interlocutor o de quién sea la víctima en la ecuación. Su capacidad para encontrar el ejemplo más gráfico, la frase más elocuente, para conseguir que los demás nos sintamos como unos retrasados mentales, burlados por la inocencia de nuestro optimismo innato, o probablemente adoctrinado que reside en algún gen que no podemos extirpar. 

Lo más curioso es que parece que el cínico es el único capaz de librarse de ese gen, como si lo viera todo desde fuera, sin estar condicionado por ningún subjetivismo, con la fría inteligencia propia de su creador. El genio que está detrás del invento, un invento viejo, inútil y predecible que acaba por no tener un lugar en la vida, porque ya existe uno más joven y más rápido que él.

Creo que le he dado muchas vueltas a la metáfora pero supongo que vuestros cerebros serán capaces de entenderla. A ratos, solo a ratos, me siento identificado con el cínico, no me preguntéis por qué.  El estudio del cinismo, que por lo visto es un sucedáneo del mismísimo Sócrates, me ha llevado a pensar que el pobre cínico no es el malo de la película. Solo es un pensador, un rebelde que lleva la contraria por sistema solo por el puro placer de discutir, de aprender. No está tan lejos de esas personas que solo quieren entender un punto de vista contrario al suyo. Eso es... un tolerante, con algo de mala leche por decir lo que piensa sin filtro ninguno.

Pero también hay algo que a todas luces resulta increíblemente atractivo en él. Puede que sea esa sensación de superioridad, de ir tres pasos por delante, de tener bajo su control todo tipo de situaciones. Esa capacidad de dominar los sentimientos, de manipular situaciones y esquivar con maestría los ataques. Un doctor House de la vida, repulsivo y desdichado, pero que consigue ser tan adictivo como la cocaína. Me gusta. Hace sentir realmente vivo. Deberíais probarla, si podéis. La sensación, la cocaína no. Supongo que el director de una película siente eso mismo, o el autor de una novela de misterio, jugando con el lector y su predecible predisposición a creer que el malo es el mayordomo. 

Me he dado cuenta de que el cínico también sabe mofarse con astucia y elegancia, a veces con frío desprecio, de cualquier rastro de optimismo o felicidad que haya a su alrededor. Y lo peor es que su retórica y su sarcasmo son capaces de herir sensibilidades que, de pronto, se culpabilizan por sentirse así. ¿Es curioso no? La víctima resulta ser el victimizador. Como esas personas que tienen predisposición a ser atracadas. Es que su miedo podía olerse desde la otra manzana, oiga. Que se lo ha puesto muy fácil al ladrón. ¿No podía haber ido vestido con algo más discreto que un chubasquero color mostaza, incauto?

Pero luego consigues conocer mejor a ese cínico, el que tiene la vida tan clara y su futuro tan predispuesto. Y por lo visto no lo tiene tan claro. Espera que algo cambie su rumbo, pero no hace nada. Es indeciso e inconformista. Tiene un pequeño rayo de esperanza latente, esperando entre la niebla a que alguien, quien sea, pueda sacarle de su intolerancia y su desprecio por la vida. Pero está solo en la vida. Tiene en secreto esa inquietud, la de estar en un error, que le haga retractarse de todo lo que predica. Pero es difícil que el cínico encuentre la horma de su zapato. Una persona que disfruta con la desgracia ajena resulta poco atractiva, la verdad sea dicha.

Al final parece que la norma es el pesimismo. Que ser bueno es de pringados, el que siempre gana es el malo. Que ser feliz es de temerarios. Que soñar es de ingenuos, porque la realidad es cruel y retorcida. Que ser generoso es patético, nadie regala nada. Que el que no te quita te roba, que así está el patio. Y todo eso hay que aceptarlo tal cual es, sin anestesia. Que las niñas ya no deben ser princesas ni los niños los caballeros andantes con su brillante armadura. Que cada uno vaya a lo suyo, sin molestar. Que si te descuidas la vida te tiene preparados unos cuantos reveses con tu nombre, a la vuelta de la esquina. Y no una cualquiera, no. Una fría, tétrica y predecible esquina que debías haber evitado a toda costa, idiota.