Efecto placebo


Esta es una entrada de desconsuelo. No pretendo animar a nadie a hacer explotar su mundo, pero el mío ahora mismo está en ese momento crítico en que eres consciente de que estás a punto de tomar una decisión importante, o necesitas tomarla. De esas que pueden desestabilizarte o bien seguir como si nada hubiera pasado, colmando ese vasito de paciencia que tiene más volumen del que creías inicialmente. Así de graves están las cosas.

He sentido ganas de morderme el puño y lo he hecho, he notado crecer dentro de mí una ira que no he sabido contener. He deseado salir bajo la lluvia en esta fría noche de enero con el único propósito de sentirme viva. He tenido el incontenible deseo de arañarme, correr y boxear y finalmente he golpeado la pared con tanta fuerza que mis nudillos se han resentido.

Toda la violencia que siempre he criticado en los hombres que no saben canalizar su ira, la he protagonizado yo. Solo me queda tragarme mis palabras (y mi orgullo, que es más pesado) y continuar como si nada o bien hacer alguna estupidez. Me inclino a pensar que la estupidez puede ganar esta vez. No es que sea ajena a ese tipo de arrebatos, he triunfado en varios. Gracias a ellos me he mudado de casa muchas veces, he terminado relaciones, dejado trabajos y cambiado de peinado. Ellos en cierta forma son parte de mí.

Pero ahora me pregunto si esos cambios, causados por la monotonía de una vida con expectativas frustradas, esa irrefrenable necesidad de cambiar el rumbo en un momento que detecto como crítico no es en realidad un espejismo. Quizás esa impulsividad, ese frenesí que me obliga a hacer algo desesperadamente en ciertos momentos, no es sino una manera de sentirme otra vez dueña de mi propia vida, la protagonista de mi propia historia. Puede que solo quiera llamar la atención del cámara que ha dejado de hacerme mi primer plano para perderse en otros detalles del paisaje y se le ha ido de las manos la belleza de mi alrededor.

Puede que ahora esté buscando algo de autocompasión o puede que sea más sencillo que todo eso. Sé que no tengo esa belleza de las cosas que salen con naturalidad y facilidad en los momentos críticos, soy consciente de ello, sé que no he tenido la vida llena de aventuras que imaginaba de niña, ni he sido la princesa de ningún cuento de hadas, tampoco he recibido la carta de Hogwarts ni he sido reclutada por una organización secreta que pretende salvar el mundo.

Sé que estoy atascada y que mi vida es la que descartarías si pudieras leerla en una bola de cristal, pero al menos tengo el drama y yo soy la que debería escribir el guion. Un guion que lo mismo puede acabar en una basura o puede servir de placebo para muchos que, después de leerme, se sientan un pelín más afortunados que yo. Y así habré evitado cometer otra estupidez, al menos de momento. Placebo para todos.

Comentarios

  1. Un brindis por todos aquellos que nos hemos sentido así, o que nos sentimos así ahora mismo. Yo también sufrí, a mis tristes 11 años, cuando me comprendí indigno para Hogwarts. Putos magos. Quizás, desde entonces, habito mi placebo: saberme no-mágico, joder, duele demasiado.

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