El bosque encantado

Imagina un bosque encantado. Árboles estrechos que se cruzan en mi camino. Un olor a humedad y un ligero escalofrío despiertan mis sentidos. Un musgo de color verde muy intenso, fresco y brillante, cubre el suelo y las paredes de esos árboles que, sin ramas y altos como torres que custodian un cielo encapotado que se cuela por sus copas, se multiplican por momentos y congelan el tiempo. Y el sentido de la orientación, por cierto.

Solo algunos haces de luz consiguen llegar a esa hondonada, donde un árbol milenario descansa y domina el lugar y lo custodia con su enorme tronco con extraños huecos y deformidades, con ramas que parecen arterias que bañan sus hojas de un verdor exquisito y poderoso, con sus enormes raíces despertando del suelo y saltando entre la tierra a capricho. Parece extender sus largas extremidades para intentar atraparme a mí, la intrusa, que sintiéndome insignificante y dichosa al mismo tiempo, lo contemplo maravillada. 

Ramas y troncos caídos y cubiertos de musgo que ha crecido allí a placer se entrecruzan en mi camino, la naturaleza salvaje me arropa y parece aceptar mi presencia al presentar ante mí un par de rocas que, con forma de asiento bajo y cubiertas completamente por un musgo espeso y suave, me invitan a tumbarme con todos ellos. En el suelo pequeños animales, limacos y pajarillos se pasean sin temor por su territorio. Ahora soy yo su invitada. 

Me tumbo y miro hacia arriba, donde los troncos de los innumerables árboles se juntan buscando ese rayo de sol que no llega, y rodeada de una bruma ligera y fresca, me siento en un bosque encantado, sacado de alguna película, con la secreta esperanza de presenciar con mis propios ojos algún animal fantástico. Elfos, unicornios o hadas. 

Cualquier cosa puede pasar aquí. Cualquier cosa es lo que espero en este valle encantado, silencioso y enigmático, familiar y confiado también, respetuoso, paciente, rebelde y desordenado, un poco trastornado pero amable, y mágico. Me acoge y me quedo con él, en silencio, envuelta en su bruma y su aroma. Y si lo cuento no me creen porque para hacerlo, tendrían que dejar su comodidad, tumbarse conmigo, enredarse el pelo, esquivar arañas y babosas, creer en la magia, apreciar la naturaleza, despojarse de prejuicios, jugar al escondite, arañarse las piernas y acabar con el moco colgando y el culo mojado, para contemplar, sin artificio ni distracción, la Belleza.


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