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Todo blanco

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En su cabeza, un sueño infantil. ¿Imposible? En su cabeza, un único pensamiento. No se iba. ¿Una ilusión? Nadie dijo lo contrario, pero tampoco nadie sabía. No hablaba. ¿Por qué no lo hacía? En su cabeza, posibilidades. Surcar los mares en una vespa, sobrevolar el desierto en un barquito de papel. El sol poniéndose en su espalda, los recuerdos ahora difusos. Sintió la necesidad de rescatar fotografías antiguas, revolver su pasado. ¿Sirvió de algo? En su cabeza, melancolía. Canciones tristes envolvían sus mañanas, noches largas ahogadas en alcohol. Un sudor frío resbalando por la nuca. No. Ya no era el mismo de aquella fotografía. Ya no tenía fuerzas para ese sueño. La cabeza gacha, los pies pesados acariciando el suelo. Su cuerpo pesando más de la cuenta, y un temblor inesperado. De pronto, un intenso dolor en su brazo izquierdo. Su tronco, una vez más, encorvado, muy encorvado, demasiado. Y por primera y última vez, cae al suelo.  En su cabeza, todo blanco.

La puerta granate

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Un desagradable sonido de micrófonos y altavoces desacoplados luchando por el protagonismo llegó a mis oídos. No sé por qué a mí, que caminaba inocentemente por la acera después de diez horas extenuantes de largo y monótono trabajo, pero ese cuchitril, desvencijado y escondido, con la puerta de un granate desconchado y unas ventanas minúsculas y empañadas, me estaba llamando. Abandoné la bulliciosa avenida para entrar en aquel callejón sin salida que conducía a ese barucho de mala muerte que, estando en mis cabales o envuelta en una sencilla llamada telefónica, jamás hubiera apreciado. Pero esta vez, precisamente, fue ese sonido el que me atrajo estando  — al parecer —  mi sensibilidad a flor de piel y mi corazón expectante. La puerta que empujé gimió con un leve crujir que se ahogó en el ambiente cargado de su interior. Lámparas vintage se distribuían dispares por el local, alumbrando lo justo para poder encontrar las minúsculas mesas de madera que, ocupadas por parejas

Eres tú

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He visto y he sentido. He vivido y he huido. Ahora algo me inquieta. El viento trae restos de un pasado olvidado. Eres tú. Vivo, pero no duermo. Malvivo. Te veo en otros rostros, te siento en otras manos. Me inquieta, te lo digo, este mundo que algún día fue tuyo. Y ahora ya ni siquiera es mío. Ya no vivo, ni sueño. Te maldigo.

Tópicos distópicos

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La verdad es que llevaba varios meses regodeándose en su propia miseria cuando un pensamiento optimista se asomó a hurtadillas por el lado izquierdo de su cerebro. "Tal vez mi vida no ha sido tan caótica”. Su memoria pasó brincando de un acontecimiento trascendental al siguiente, a cual más dramático, sin detenerse demasiado, solo llevando la cuenta de sus desgracias como si de un mero historiador se tratara. No. La cuenta era larga.  Pero, ¿y si eso era lo normal? La mayor parte de las desgracias de las personas no se conocen. Todo el mundo tiene sus tormentos. "La procesión va por dentro". "En todas las casas cuecen habas", y unas cuantas más frases hechas, refranes y tópicos se le vinieron a la cabeza como una avalancha de indiscutible sabiduría. De pronto pareció sentirse algo reconfortada cuando "mal de muchos, consuelo de tontos" quiso pasarse a saludar. Desechó la expectativa de ser inteligente con agrado. "Tan solo el mundo es co

Vestida de rojo

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Está anocheciendo. El cielo empieza a cubrirse de unas nubes blanquecinas y el rosáceo pasa lentamente al violeta en su camino hacia el inevitable azur. A lo lejos, tras la montaña que acabamos de sortear, una tormenta eléctrica se ceba con ese cielo. Un rayo detrás de otro, sin parar, iluminan ese lejano trocito de cielo, resaltando la silueta de la implacable nube que llega y cegando a quien osa mantenerle la mirada. Si bien esa tormenta no va a arruinar mi noche, me quedo impasible observándola alejarse lentamente de mí. Atravesamos sin dificultad un valle abierto cincelado por los dioses a capricho, con sus colores dorados y ocres, que se abre ante mí. Lo dejamos a un lado para adentrarnos en una montaña que se eleva, grandiosa y pletórica, curva tras curva, para esconder en su seno un embalse. La sorpresa de hallar ese inmenso remanso de paz me embarga como al viajero solitario que encuentra un pozo después de millas de dunas. Tras aparcar el coche y sellar mi entrada, si

El bosque encantado

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Imagina un bosque encantado. Árboles estrechos que se cruzan en mi camino. Un olor a humedad y un ligero escalofrío despiertan mis sentidos. Un musgo de color verde muy intenso, fresco y brillante, cubre el suelo y las paredes de esos árboles que, sin ramas y altos como torres que custodian un cielo encapotado que se cuela por sus copas, se multiplican por momentos y congelan el tiempo. Y el sentido de la orientación, por cierto. Solo algunos haces de luz consiguen llegar a esa hondonada, donde un árbol milenario descansa y domina el lugar y lo custodia con su enorme tronco con extraños huecos y deformidades, con ramas que parecen arterias que bañan sus hojas de un verdor exquisito y poderoso, con sus enormes raíces despertando del suelo y saltando entre la tierra a capricho. Parece extender sus largas extremidades para intentar atraparme a mí, la intrusa, que sintiéndome insignificante y dichosa al mismo tiempo, lo contemplo maravillada.  Ramas y troncos caídos y cub

Una brújula rota

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Hay muy raras veces en la vida en las que te das cuenta de que debes tomar una decisión crucial, que cambiará totalmente el curso de los acontecimientos sin vuelta atrás. Normalmente esa decisión es tan trascendente que toca en lo profundo, a los principios morales o a la forma de ser de uno mismo, su cultura aprendida o bien su carácter firmemente forjado. Esa decisión puede suponer una u otra dirección, pero parece claro que es imposible continuar por el camino seguido hasta el momento.  El miedo a tomar la decisión acertada, el pavor a las consecuencias, la certeza de la imposible rectificación... Todo ello pesa tanto que se hace imposible seguir el consejo o el ejemplo de nadie más, porque se tiene conciencia de la entidad de la encrucijada y más aún, de las consecuencias que tendrá el tomar una decisión autónoma para el propio carácter. Y aquí me encuentro,  en época de tormenta sin saber cuál es mi rumbo, con una brújula rota, el peso de un mar enfurecido y una larga

Mi excusa

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Me dije a mí misma que debía olvidarlo. Me concentré en ello, me lo repetí una, otra y otra vez hasta el aburrimiento y poco a poco perdí conciencia de los detalles, que aparecían borrosos ante mí, difuminados alrededor de un hecho que era cierto y en el que centré todas mis energías. Esa era mi verdad y todo lo que se escapara de ahí, podía ser malinterpretado, pero yo no cargaría con esa responsabilidad. Bastante tenía con entender mi propio cerebro, como para ponerme a predecir el de los demás. Pero fingir que esos detalles superfluos no podían ser retorcidos a placer, o más aún, que no me pertenecía a mí aclararlos, fue un peso que pronto tuve que cargar sobre mi conciencia. Porque era cobarde huir de ellos y lo único que me estaba impidiendo hacerles frente era el miedo. Ese miedo a reconocer que no había actuado conforme a unos principios morales que cuestionaban todo mi ser. Era posible que hubiera cambiado. Y era evidente que esos principios ya no custodiaban mi sentid

El corazón inquieto

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La noche hueca. El aire opresivo. Mi respiración agitada. El corazón inquieto.  Recordaba tus palabras, tu mirada. En el fondo sabía tus intenciones. Y algo dentro de mí me frenaba, aún más, me alertaba. Sentía un fuerte lazo que me unía a ti, y en mis más oscuras pesadillas ese lazo apretaba, y dolía. Veía tus manos, siempre atentas y dispuestas, y tu abrazo protector y generoso. Tú, regalándome tus palabras y tu tiempo, y aún más, tu futuro.  Ahora en la distancia recordaba tu rostro sereno y tu solícita voz, dulce como un amanecer y grave como la oscura noche.  Pero mis ojos estaban despiertos y mi corazón, inquieto.

De cara al miedo

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Volví a tener al miedo ante mí. Le saludé como quien reconoce a un viejo enemigo, a distancia y con precaución. Las palabras de Nietzsche llegaron inmediatamente a mis oídos. "Cuando miras al abismo, el abismo también te mira a ti".  Por un momento me vi dentro de una película donde el narrador, con su solemne y profunda voz, describía mi inevitable porvenir con la condescendencia e inmunidad de un creador. ¿Mi vida estaba en manos de ese narrador? ¿Lo que me esperaba era comparable con un abismo?  Mi cabeza empezó a llenarse de pensamientos cada vez más pesimistas y pude imaginar con cruda certeza cómo la luminosa salida de aquel túnel en el que me encontraba se encogía rápidamente y parecía alejarse de mis desesperadas manos que, estiradas delante de mí, trataban en vano de alcanzar lo que ya parecía perdido. Entonces, y solo entonces, cuando la miseria y el desconsuelo me rodeaban, cuando una profunda apatía llenaba mis entrañas y una desnuda soledad se ja

Efecto placebo

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Esta es una entrada de desconsuelo. No pretendo animar a nadie a hacer explotar su mundo, pero el mío ahora mismo está en ese momento crítico en que eres consciente de que estás a punto de tomar una decisión importante, o necesitas tomarla. De esas que pueden desestabilizarte o bien seguir como si nada hubiera pasado, colmando ese vasito de paciencia que tiene más volumen del que creías inicialmente. Así de graves están las cosas. He sentido ganas de morderme el puño y lo he hecho, he notado crecer dentro de mí una ira que no he sabido contener. He deseado salir bajo la lluvia en esta fría noche de enero con el único propósito de sentirme viva. He tenido el incontenible deseo de arañarme, correr y boxear y finalmente he golpeado la pared con tanta fuerza que mis nudillos se han resentido. Toda la violencia que siempre he criticado en los hombres que no saben canalizar su ira, la he protagonizado yo. Solo me queda tragarme mis palabras (y mi orgullo, que es más pesado) y continu

O peor aún

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La vida nos empuja por caminos más o menos acordes con nuestros deseos, nos lleva y nos trae consiguiendo que nos sintamos afortunados o hundidos en una mísera desdicha.  Tan fuerte nos mueve, que nos sentimos a su merced y evocamos a la diosa Fortuna o al mismísimo Destino para así librarnos del pesar que supondría para nuestra endeble conciencia el haber actuado erróneamente, o peor aún, de forma imprudente.  Tenemos tanto miedo a equivocarnos, a seguir los impulsos, a decir verdaderamente lo que sentimos, por ese miedo a salir escaldado, o peor aún, humillado.  Es ese miedo el que nos obliga a tomar serios cálculos, pros y contras, el activo y el pasivo en todas las transacciones,  todas las interacciones. Ese que nos hace pensar más de la cuenta, llevar la delantera, nos prohíbe improvisar, o peor aún, sentir. Sin embargo es precisamente ese miedo materializado en ese raciocinio absurdo el que nos caracteriza como seres humanos en igual medida que nos deshumaniza

Antes del alba

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La noche estaba oscura, la luna brillaba. Sus ojos grises me seguían, curiosos, sin perderme de vista siquiera un instante. De pronto una sombra, con sigilo, se acerca. El frío sin quererlo me cala y dentro, muy dentro, mi corazón se agita. No te esperaba, pero has cumplido tu palabra. Has venido a buscarme, muy pronto, antes del alba.

La bata blanca

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La bata blanca se movía con destreza por el largo pasillo de baldosas en crudo y paredes blancas, decoradas con algún que otro cuadro abstracto con formas y colores tan optimistas como si los hubiera pintado una niña cargada de sueños por cumplir. La bata blanca con su apellido grabado en el bolsillo superior izquierdo y un par de bolis reposando en su interior, le ofrecía un aire distinguido, como el pedigree de un caniche que se presenta a un concurso de belleza canina sabiéndose el más apto de los presentes. La bata blanca no se paraba a descansar y también se hacía esperar, una especie de #quiero y no puedo, un #la vida me sobrepasa y yo estoy a merced de esta rueda, un #tengo miles de cosas que hacer y poco tiempo para decirlas con cariño, un #podría seguir con los hagstags hasta aburrirte, un #prefiero utilizar eufemismos y llenarte la vida de alegorías. La bata blanca se alejaba despacio, recta y serena, y ya estrechaba con fuerza la mano de su siguiente pacient

Hoy y ahora

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Hoy, en esta fría y lluviosa mañana de invierno, donde el tiempo deja huella y ya no puedo reconocerme, cuando me siento pequeña, vendida al mejor postor, sola, como si la más mínima ráfaga de viento pudiera descomponerme en mil pedazos, cuanto más pienso más lloro, porque ahora más que nunca, después de todo, después de tanto, puedo recordarte pero ya no te echo de menos.