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Mostrando entradas de junio, 2019

El guiño

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Años ochenta, una mujer joven y esbelta, con espesos bucles negros y mirada chispeante, maleta mediana y bolso al hombro como único equipaje, baja de un tren de cercanías dejando tras de sí la pacífica familiaridad de una pequeña ciudad como Granada y en el horizonte ve su sueño, su lucha, su autonomía, a punto de convertirse en realidad, en la gran ciudad.  Atocha, estación concurrida en hora punta, ruidosos golpes, maletas rodantes, gritos y lloros, olores fuertes, un ligero humo que se deshace entre el gentío, y aparece él en escena. Negro sombrero alado, cigarro en boca, maletín firmemente asido, traje gris, zapato negro, apoyado sobre una columna del andén número tres. En un instante cruzan una mirada lejana, tímida, cohibida. Ella se pierde en la oleada de viajeros, agarrando con firmeza su equipaje de mano contra su pecho, mientras el movimiento descontrolado de la marea humana la domina y el humo empieza a nublar su visión, el calor a agobiarla, el sudor resbala po

A tu ritmo

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Me dejo llevar, sigo tu estela, tú marcas mi ritmo. A veces me meces, me zarandeas. Otras eres tú el que me frenas. Pero yo siempre te elijo, yo soy la que tiene la última decisión. A mi alrededor otros duermen, hablan, tosen, teclean o se mueven. Son molestos, pero su presencia no nos afecta. Tú me sigues llevando, siempre; yo vuelvo a abandonarte, cuando quiero. Cuando llegamos a mi estación, lo sabes, me bajo al andén y te despido. No importa, nos volveremos a ver pronto, Alvia.

Cara a cara

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Discutir con él empezó a ser una costumbre. La distancia se empeñaba en ensombrecer nuestras palabras, ocultar nuestros deseos y enturbiar los pensamientos. Todo podía malinterpretarse, todo podía verse tras las gafas de la desesperanza y el desconsuelo. Las ganas de quererse se consumían por la necesidad de abrazarnos. Nada podía compararse a tenerlo delante, entre mis manos, claro y sencillo. Con nuestras miradas explicándose lo que las palabras no podían, añadiendo una intención limpia y dándonos un sentido. Fácil. Puro. Uno frente al otro. Cara a cara.

Descubriendo al inseguro

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Probablemente es el tipo más complejo con el que me he topado, y lo cierto es que a primera vista, es increíblemente tentador. Un aura enigmática le envuelve, con esa elegante forma de moverse y de utilizar el don de la palabra. Todo está perfectamente estudiado. Desde su carismática sonrisa, su asqueroso descaro y su arrebatadora mirada, hasta una conversación de corte despreocupado, humor inteligente y una mordaz sinceridad. Todo en él resulta atractivo. Con el tiempo se descubren pequeños indicios de inseguridad en relación con su aspecto. Una parte de nosotros nos dice: "solo un hombre seguro de sí mismo admitiría con tanta libertad sus defectos". Defectos que, por otro lado, no son tan defectuosos a ojos de cualquiera y el pensamiento inmediato es: "si esto es lo peor que tiene... ¿dónde hay que firmar?" Ante esas pequeñas inseguridades la postura habitual suele ser la de apoyo y ánimo. Sin embargo decidí utilizar la psicología inversa y quitarle ser

Aunque tú no lo sepas

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Aunque tú no lo sepas, siempre estoy pensando excusas para ir a verte. Cada vez más estúpidas, hasta que me paro y pienso, no merece la pena.  Pero es que aunque tú no lo sepas, llevas meses colándote en mis sueños, disfrazado de actor secundario o como parte de un decorado ridículo que no te hace justicia. Veo tus gestos en otras caras, camuflado pero siempre presente.  Te metes en mi cabeza, te veo en las películas navideñas y te escucho en mis canciones favoritas. Pero tú no lo sabes. Porque es verte y me tiemblan las piernas, y te juro que me pasa sin querer.  Aunque tú no lo sepas releo nuestras conversaciones y me imagino otras en las que somos sinceros y encajamos, pero el miedo enseguida me domina y vuelvo a creer que no merece la pena. Sin quererlo hago rimas y tarareo en la cocina, con decirte que casi pierdo el trabajo por escribir tu nombre en un informe o por sonreír embobada al magistrado del tribunal de lo penal, y no tenía ninguna gracia lo que d

Con su bastón roído

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Podía parecer el típico anciano contando anécdotas, con su bastón roído por el paso del tiempo, y su angustioso tic acariciando el extremo; me describía batallas de la guerra civil, los amigos que perdió y la soledad que se siente cuando todo a tu alrededor se viene abajo y ya no te quedan ni tus propias creencias, entonces solo puedes contar con un sentido del humor, verde o negro, inteligente o seco, para endulzar tus días. Ese era mi abuelo.

Mentiras

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Lo vi salir apresurado de nuestra casa, después de haberme soltado lo que era sin duda una sarta de mentiras, con su pitillo en los labios y apestando a colonia. Supe inmediatamente que iba a verla a ella, pero en lugar de quedarme esperando en casa a su regreso, suplicando al cielo y a la madre tierra que le hicieran entrar en razón, esta vez decidí seguirle. Avancé en mi coche siguiéndole a escasos metros del suyo, sintiéndome pequeña y a la vez poderosa, como en una película de espías pero con cierto regusto amargo. Llevaba una peluca puesta, la del cumpleaños de nuestra hija, que se había empeñado en llevar el pelo de Blancanieves la semana pasada. Mientras lo seguía me venían a la cabeza preguntas patéticas. ¿Cuánto tiempo llevaría engañándome? ¿Con cuántas mujeres? Ni siquiera​ nada de eso importaba ya. ¿Por qué me había sido infiel? ¿Cuándo dejó de quererme? ¿Por qué yo aún seguía haciéndolo? Lo vi aparcar en un barrio de las afueras, y me quedé en doble fila a un

Oasis

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Me creía viva y poderosa justo antes de dejar que aquella emoción me invadiera por dentro, y la sentí hacerse dueña de mi cuerpo, extendiéndose​ a la punta de mis dedos hasta que la pesadez me impidió mover ni uno solo, sumiéndome en un estado letárgico, un excepcional y dulce oasis inquietantemente pacífico, rodeado por buitres ansiosos que me miraban desafiantes mientras mi cuerpo, cada vez menos mío, me abandonaba a una paz de la que no querría —ni podría— escapar en mucho tiempo.