La puerta granate
Un desagradable sonido de micrófonos y altavoces desacoplados luchando por el protagonismo llegó a mis oídos. No sé por qué a mí, que caminaba inocentemente por la acera después de diez horas extenuantes de largo y monótono trabajo, pero ese cuchitril, desvencijado y escondido, con la puerta de un granate desconchado y unas ventanas minúsculas y empañadas, me estaba llamando. Abandoné la bulliciosa avenida para entrar en aquel callejón sin salida que conducía a ese barucho de mala muerte que, estando en mis cabales o envuelta en una sencilla llamada telefónica, jamás hubiera apreciado. Pero esta vez, precisamente, fue ese sonido el que me atrajo estando — al parecer — mi sensibilidad a flor de piel y mi corazón expectante. La puerta que empujé gimió con un leve crujir que se ahogó en el ambiente cargado de su interior. Lámparas vintage se distribuían dispares por el local, alumbrando lo justo para poder encontrar las minúsculas mesas de madera que, ocupadas po...