En el cole

La última clase en el cole. Faltan pocos minutos para acabar. La profesora da un repaso de lo que nos ha enseñado en clase. Sí, ya sé perfectamente lo que es una ecuación de segundo grado. Y también me sé la fórmula general para resolverla. ¡Ay madre...! Acaba de preguntar si hay alguna duda. Ya he metido los libros en la mochila, el estuche está cerrado y mi cuaderno preparado para cerrarse. Discretamente, me he puesto la chaqueta mientras hacía su querido repaso.

Ufff... cuánto quedará. Miro disimuladamente el reloj que está encima de la pizarra. ¡Faltan dos minutos! ¡Dios mio! Será... ¡Ya está la empollona haciendo su preguntita de turno! ¿Por qué no podrá esperar al descanso para hacerle la pelota? Mi pierna va como loca. Ya no la controlo. La rodilla se me va a desencajar con tanto traqueteo. ¡Ya está! Ahora recuerda los deberes para mañana. Página doscientos sesenta y cuatro, ejercicios veintitrés, veinticuatro, veinticinco y veintiséis. ¿Algo más? ¿Esta mujer no sabe que se tarda media hora con cada uno? Y además tenemos otras ocho asignaturas, con profesores que pretenden que sus lecciones también las llevemos al día.

Miro por la ventana. Hace un solazo espectacular. Qué ganas de salir. Miro otra vez el reloj. Ya marca la hora. Deben quedar segundos... La profesora sigue hablando. ¡Qué horror! Miradas cómplices entre todos nosotros. Ojos en blanco. Susurros impacientes. Se empiezan a oír las sillas en la clase de al lado. ¿Por qué ellos sí? ¿Por qué esta tediosa tortura?

Y, de repente, el timbre. ¡Ahí está! Salto de mi silla. Meto el cuaderno y el estuche y me cuelgo la mochila al hombro. Mis tripas crujen mientras corro por el pasillo. ¡La merienda! Necesito ir a comprar chuches a la tienda de enfrente. Una sonrisa radiante ilumina mi cara al instante. Mmm... me apetecen Pica-picas.

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