Callejuela londinense



Medianoche. Una rata corre sigilosa por la tubería. Él protege su rostro con un sombrero de copa. Silencio. El suelo encharcado brilla, refleja las luces de las farolas lejanas. Callejuela de Londres.  
          Una ráfaga de viento se cuela moviendo su gabardina negra. El cuello subido, descaro en su andar. A lo lejos un taxi llama mi atención. Estoy escondida detrás de un contenedor oxidado. Huele a pescado podrido. Me acurruco un poco más. La rata pasa por delante de mí. Se detiene, me mira y se va. ¡Mierda! Pasos tranquilos se acercan por el callejón. ¡Mierda, mierda! Le oigo pisando un charco a pocos metros de mí. Él no se ha preocupado por el sigilo. ¿Será posible? Sabe que estoy aquí. ¡Mierda! ¡La maldita rata me ha delatado! Hace frío. Mucho. No siento los pies ni las manos. No me ha dado tiempo a coger el abrigo al salir de casa. Estoy congelada. El cielo negro no presagia nada bueno esta noche. ¡Tengo miedo! Un aire gélido atraviesa el gueto sin piedad. Silencio. El sonido del roce de una cerilla con su cajita. El fósforo crea una pequeña llamita que ilumina parte del callejón. Está tan cerca... Puedo ver el débil parpadeo. ¡Dios mío! ¡Ayúdame! 
          Ahora no se escucha nada. El latido de mi corazón resuena violento en las yemas de mis dedos. La pelea de unos gatos abandonados me distrae un momento; y a él también. Puedo notarlo en su respiración. Seguro que se están peleando por la ratita. Pobrecita... Va a convertirse pronto en la cena. Espero no correr su misma suerte. Silencio otra vez. Más silencio. Frío. Y un suspiro largo y profundo, pausado, ininterrumpido. Casi tranquilo. Se está fumando un pitillo. Eso es raro en él. Está siendo paciente. Me espera. ¿Por qué lo hace? ¡Ven a por mí! Pero él sigue soltando el humo de su Chesterfield. Puedo olerlo desde aquí. ¡Qué asco! Tantos años suplicándole que lo dejara... Solo lo hace para fastidiarme. Estoy segura... ¡Lárgate de una vez! El ruido de los taxis se oye desde mi escondrijo. ¡Dios mío! ¿Por qué no puede venir un policía justo cuando lo necesito?
          - Savannah... No me hagas esperar más. Ven conmigo. Sé que estás ahí. Anda, sal.
          No me atrevo a responder. ¿Qué debería hacer? Si voy con él, se acabará. Ya no podré ser libre. Viviré enjaulada en una rutina sin expectativas ni ambiciones. Una realidad que deja mucho que desear. Si me quedo quién sabe cómo acabaré. Probablemente en algún pub de mala muerte intentando ganarme calderilla. Y vivir debajo de un puente, como mucho. ¿Debería correr el riesgo? Me muevo un pelín en mi escondite. Una piedra rueda. Empieza a diluviar. Otra ráfaga me congela la garganta. Él apura su cigarrillo. No lo veo, pero lo sé. Su sombra se proyecta difusa sobre el suelo empedrado. Me llega su fragancia. Mmm... dulce. Es la mía. La sigue llevando. 
          Contenedores oxidados con las sobras de restaurantes de lujo. El lado oscuro de la elegancia y la comodidad inglesas. Oscuro pero necesario. Malditos burgueses. Una calle principal donde continuamente hay tráfico, Regent Street, y nadie se percata en el callejón colindante. ¡Estoy aquí! ¡Socorro! No sé qué hora será... Debe de ser tardísimo. Menos mal que mis padres murieron cuando era niña. Si vieran mi situación estarían preocupadísimos. Si tuvieran el hambre que tengo. Si sintieran el miedo que yo siento. Si sufrieran mi sufrimiento. Se preocuparían demasiado. En realidad no es para tanto. Solo un gangster que viene a saldar su deuda. Me he decidido. Saldré y hablaré con él como una persona civilizada. Espero que no vaya armado. Por favor, Dios mío, que no vaya armado...
          En ese momento, un policía de Scotland Yard hace su ruta por la calle contigua. Cruza distraído por el callejón y se detiene al verlo a él. Desde aquí puedo ver su sombra lejana, incluso puedo distinguir su perfil y su gorra en la fachada del edificio de enfrente.
          - ¡Eh! ¿Quién anda ahí?
          Se acerca a paso ligero, el choque de su pistola contra el cinturón me reconforta. Estoy a salvo. Él está alerta, la colilla salta disparada y rueda hasta mis pies. Se va por el otro lado del callejón. No corre. Nunca corre. Se desliza con suavidad, sigiloso, invisible. El policía lo persigue gritando: “¡Alto, en nombre de la Ley!”. En vano, ya no hay forma de encontrarlo. Él es así. Te promete la tierra y el cielo, y se esfuma sin dejar rastro. Se esconde entre las sombras. No huye, espera. Yo aprovecho mi momento. Esta es mi única oportunidad. Muevo el contenedor con un chirrido lento. Me levanto y salgo discreta de mi escondite, dejando atrás la colilla abandonada de mi prometido.

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