Olor a paz
Un
calor intenso, concentrado en su mejilla. No agobia, relaja. Le gusta
abrir los ojos despacio, sabiendo que el sol seguirá calentando su
sonrosado rostro. Guiña un ojo y gira todo su cuerpo perezoso en
dirección al sol. Le encanta saber que no le va a abandonar. Sin
miedo a su fuga, levanta los brazos y los estira por encima de su
cabeza. Se incorpora lentamente y mira por la
ventana. Una brisa ligera le aparta la greña castaña que le cae
sobre la frente. Olor a mar, olor a paz. El rumor de las olas en la
lejanía, con su sensación de libertad, le invita a saltar de la cama. Precavida, desliza la punta del pie derecho hasta
tocar con su yema el gélido parqué. Instintivamente, lo retira
durante un segundo. En ese momento, su estómago le reclama sustancia
con un tímido rugido. Camina despacio y de puntillas hasta aterrizar
en la cocina. Con zumo y galleta en mano, sale a la terraza que a
mediados de marzo despierta ya la tentación propia de los meses de
verano. Sentada en la mecedora de su abuela, contempla cómo dos
pequeñas gaviotas planean orgullosas sobre la orilla de su amada
playa.
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