La desgracia de ser guapa



    Una mujer camina por la acera. Figura esbelta, curvas estilizadas, piernas largas. Para ella, a su alrededor solo hay hojas muertas y escaparates vacíos: ella es la moda. Tacones altos, vaqueros ajustados, escote pronunciado. Una ligera brisa hace bailar su pelo. Gafas grandes resguardan sus ojos del sol matutino. Llama la atención  Lo sabe y le gusta. Un joven se cruza con ella. La ha mirado tímido desde la distancia. Cuando está a unos metros la mira, sin disimulo. Ella ni lo ve. Sigue mirando al horizonte, barbilla alta, espalda recta. El chico se choca contra una papelera. Ella impasible no gira la cabeza. Abstraída en sus pensamientos, ajena a este mundo.

        Dobla una esquina. Sigue andando. Tacón  punta. Tacón  punta. Le llega el turno a un adolescente en bicicleta. Ella suspira. Su andar es acompasado, constante, limpio. El chico pierde el control de su bicicleta después de cruzarse con ella. El sonado accidente solo consigue alterar un músculo de la joven. Levanta levemente la ceja izquierda. Unas abuelitas parlotean "¡Ay que ver qué poco cuidado tienen estos chicos de hoy en día!". Analizan a la joven. La envidian y la critican. Ella ni lo asimila. Sigue andando. Barbilla en alto, paralela al suelo. Espalda recta, rozando el cielo.

       El paseo casi llega a su fin. Aprieta el paso. Un abuelito se acerca lentamente, ayudado de su bastón. Anda mirando al suelo, respirando fuerte y tosiendo ruidosamente. Ella pone los ojos en blanco detrás de sus gafas de sol negras. Movimiento imperturbable. Piernas, brazos, caderas. Todo melódico. El abuelo levanta la cabeza despacio. Sus ojos se abren más y más. Un pinchazo en el pecho le obliga a encorvarse. El aire le empieza a faltar. Su garganta se vuelve estrecha. El corazón se le agita. Sufre un infarto de miocardio en plena avenida. La joven esquiva el cuerpo inerte del viejo mientras sigue su camino. Llega, por fin, a su psicólogo. Se trata de un hombre de mediana edad y pinta de buena persona. Le hace pasar y le ofrece el surtido de pastas que descansa sobre la mesita baja. Ella sentada en el diván suspira.

- ¿Alguna novedad, querida?
- Tropiezo, accidente de bicicleta y un infarto.
- ¿Solo esta mañana?
- Solo de mi casa hasta aquí.
- ¿Lo atribuyes a algún defecto en particular?
- El de siempre: la desgracia de ser guapa.
- Quién te lo iba a decir. ¿Alguno merecía la pena?
- ¿Cómo quieres que lo sepa?
- Tienes razón, querida. Perdóname. Pero no estés triste.
- ¿Por qué iba a estarlo? Solo me siento terriblemente sola.
- No estás sola. Me tienes a mí. Y recuerda que ellos solo serán problemas para ti.
- ¿Entonces debo considerar una ventaja lo que me pasa?
- No solo una ventaja, cielo. Ser invidente es un don.

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