La espera

Hace tiempo vi pasar algo parecido al amor y lo ignoré. Lo pasé por alto porque no era puro, estaba viciado y algo subidito. No sabría decir cuánto de ese aire de superioridad me atraía y cuánto me causaba repulsión. Incluso podría decir que me producía vergüenza ajena, verlo tan seguro de sí mismo, tan provocador, aunque quizá sea la experiencia la que hable ahora, y entonces solo veía la nube del amor flotando a mi alrededor. Como en esas películas Disney, las expectativas estaban demasiado alentadas. Sí, lo vi pasar y, sin embargo, lo ignoré. Lo rechacé por todo esto y mucho más y seguí esperando. 

Con el tiempo, vi pasar otro amor. Uno cálido y fugaz, casi triste. Un amor efímero que no llegó a dejar grandes secuelas, o eso cree él todavía hoy. A este le abrí mi puerta, lo saludé cordialmente, le invité a merendar y finalmente lo despedí con la misma cordialidad y naturalidad con la que le había invitado a conocerme. Se fue igual de rápido que llegó, y dejó en mí la sabiduría de que es tan importante saber esperar como saber escoger. 

Ahora, he recibido una visita muy especial. Inesperada, hasta el punto de que me negué a recibirla. No quería perder el tiempo, prefería pasarlo por alto, pero no me dejó. Vino de improviso, se instaló en mi vida como quien no quiere la cosa, y de repente empecé a necesitarlo. A querer que me acompañara siempre, a compartirle todas mis anécdotas. Todavía no se ha ido, y aunque temo el día en que decida marcharse, cuando estamos juntos sabe darme la tranquilidad que en tantos años de espera jamás había conseguido. Y ya no espero.


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