La verdad

Pronto se encontró con la verdad en las narices. No sabía cómo había estado tan ciega, y a pesar de sus intentos por eludirla, al final le explotó en la cara. No podía ignorarlo más. 



Era un conjunto, un todo. No era solo cosa de dos días, sus sospechas se habían corroborado. No era algo superficial o un maldito capricho. Estaba segura de que los indicios eran claros. Pudo darse cuenta, era casi de película. Aterrador, porque aquello era verdad. Puede que fueran esas manos, o quizá solo su forma de hablar lo que había hecho que se enganchara. Igual eran esos ojos con oscuros secretos. Puede que hubiera sido su forma natural y sencilla de tratar a todo el mundo o igual esa desquiciante sonrisa

O no, simplemente había sido ese perfeccionismo innato, esa facilidad para hacer cualquier cosa lo que le había hecho sospechar de él. Había algo terrible escondido detrás de esa impresionante apariencia impoluta. Sí, se dio cuenta de su amabilidad, de sus impecables modales ingleses, de su delicada forma de coger los cubiertos durante la cena, incluso de su distinguida habilidad para encenderse un cigarrillo. 

No supo en qué momento su cabeza decidió desechar la platónica imagen para dar paso a apreciar los detalles que habitualmente se pasan por alto. Su atenta mirada siempre pendiente de los demás, su caminar rápido y nervioso, su manera de tomar asiento, cruzando las piernas con desparpajo. Su forma de tamborilear los dedos sobre el mantel mientras le llevaban la carta de vinos, su delicada sonrisa al tratar al maître, su forma de mirarla, de halagarla. 

Por fin, paso de ver su fría apariencia, para valorar a la persona. Y se dio cuenta de la reveladora y dramática verdad: lo amaba, como nunca antes lo había hecho. Y no había forma de remediarlo. Ya no.

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