Sabores del norte
El viento arrastra perfumes conocidos, memorias fugaces, sabores de juventud y locuras adolescentes. Y empiezo a darme cuenta de que he olvidado muchos de mis recuerdos. Ya no me acuerdo de qué era vivir el día sin más preocupaciones que el cotilleo de barrio y el hollywoodiense. He olvidado, por desgracia, lo que era pensar bien de la gente. La bondad desinteresada, que antes era capaz de percibir en cualquier esquina, ahora es sustituida por intereses ocultos, paellas en el aire. Las buenas acciones quedan relegadas a un puesto de mera casualidad, una hipótesis vaga y tan inusual como la lluvia en una desértica Valencia. Echo de menos, sí, quién me lo iba a decir, el mal humor de los norteños, con su cara siempre en tensión y su ceño continuamente fruncido. Ese aguante con el que soportan una vida nublada y a menudo pasada por agua. Esos paraguas que recogen parejitas apretujadas dándose calor, que sirven de excusa para los que solo "se gustan" y para los que han o...