Australianos por el mundo

Lo vi mirarme. Estaba en la terraza, sentado junto a su divertido amigo. Él no era simpático, para nada, pero era el guapo. Nosotras lo supimos nada más verlos, eran el típico par de amigos. Lo que no sabíamos era que venían a pasar solo unos días. Australianos. ¡Madre mía! Cuando nos lo dijeron Carol y yo nos miramos y nos lo dijimos todo. ¡Quién no ha soñado nunca con un amor australiano! ¡A lo Elsa Pataky!

La cosa siguió así. El guapo vino a pedirme otra ronda de cerveza. La pagó en metálico, soltó un par de frases con un acento adorable. Yo me quedé embobada con esos dientes blancos grabados en mi retina. Carol me miraba desde un segundo plano, a mi lado. Noté cómo el calor empezaba a subirme por el cuello y se instalaba peligrosamente en mis mejillas. Miré a mi bendita compañera pidiendo socorro a voces solo con una mirada. Ella entendió mi bloqueo, despidió al australiano con alguna broma de respuesto y me cogió por los hombros. 

- ¿Qué te ha pasado, boba?
- Tanta belleza me ha dejado en shock.
- ¡Qué dices!
- Pero ¡tú lo has visto!? ¡¡¡Es lo más guapo que he visto en mi vida!!!
- Claro, claro. Muy bien, hormonada perdida, relájate. Ahora dime ¿cómo vas a hacer para darle tu número si no puedes entablar dos frases seguidas?
- ¡Pero qué dices! No pienso volver a hablar con él en mi vida.
- Ya veremos lo que opina él de eso.

Carol es más experimentada que yo y, obviamente, tenía razón. La siguiente ronda vino a pedirla el amigo simpático, bonachón, sencillo y accesible. Supongo que todo estaba pensado. Con él hablé en un inglés chapucero pero hasta conseguimos bromear un poco. Causé buena impresión, creo. Al menos bastante mejor que la que le había dado al guapo. Deseé que el amigo tuviera dotes de convicción. Por lo menos me enteré de que vivían en un pueblecito costero cerca de Sydney. No tardé en imaginarme aprendiendo a surfear gracias a un entregadísimo lugareño, paseando a caballo por los grandes paisajes desérticos y rascándole la coronilla a un pequeño e indefenso cangurito. 

Después de dos horas de múltiples e infructuosas miradas, sonrisas tímidas y variantes quinceañeras por el estilo, me despedí de Carol cuando llegó mi hora de marcharme. 

- Nada, Carol, tendremos que soñar con el caballero australiano.
- No te preocupes, estaba muy difícil. Este juega en otra liga.
- Lo sé... pero siempre podremos soñar con él. ¡Já!

Salí por la puerta dejando a mi espalda la terraza donde (después de más de tres horas) seguían los dos amigos australianos. Continué por la acera un trecho y noté una mirada a mi espalda. No pude evitar volverme. Una última mirada a lo que pudo haber sido... ¿no iba a hacer daño a nadie, no? 

Pero el australiano me miraba desde la terraza. Al verme parada levantó su mano para saludarme. Le devolví el gesto, y en lo que me volvía, se levantó de la silla y vino (corriendo, sí, bueno, trotando) hasta alcanzarme. 

En un español chapucero pero con un acento precioso e irresistible, me pidió el teléfono y quedar esa misma tarde. Por supuesto, no me resistí. Pocas veces tienes ante ti al doble de Chris Hemsworth. 

Me despedí con una respuesta abierta y despreocupada, como si no fuera conmigo aquello. Pero no tardé en elaborar mi estrategia. Quedé con unos amigos para esa misma tarde, me vestí con un look desenfadado pero sexy y me eché una capa más de rímel. La verdad es que los astros debían estar mandándome señales de alerta que yo no percibí, pero el caso es que después de varios intentos infructuosos de quedar (incompatibilidad horaria, falta de comprensión del idioma, cobertura, localización desconocida, exceso de gente, lentitud de respuesta al WhatsApp) le dije que no podríamos vernos ese día, y recibí un mensaje tan inesperado como revelador. Los astros alineados.

- Ok. I really wanted to fuck you. Anyways, nice to meet you.

No pude hacer otra cosa que responderle a su misiva. Los astros de mi parte, felices porque sus desesperados avisos cobraban forma.

- I'm sure that you will find another one for that.

Me respondió con una cara sonriente. Así, con paz y amor. Y mucha tolerancia, oye. Supongo que encontró rápidamente a otra, porque no volví a saber nada del tentador australiano. Y los astros y yo nos fuimos contentos a dormir.

Comentarios