Amores de juventud

Aquel era el chico más guapo en el que me había fijado y sí, aunque​ era muy tentador fantasear con lo que alguna vez pudo haber sido, lo cierto es que él nunca se había fijado en mí. 

¿Cómo iba a hacerlo? Yo, una adolescente cualquiera, y él, sumido en ese mundo de fantasía alternativo que es la música, la noche y las fans cuyo único propósito en la vida es babear a su alrededor. 

Y yo muerta del asco, contemplando toda esa patética escena, compadeciéndome de mí misma por pasar desapercibida de una manera tan enorme que, ridícula de mí, solo deseaba poder ser una de esas chicas a las que él al menos prestaba alguna atención.

Ese era el grado de patetismo que rodeaba a aquel personaje estrambótico y a la vez nostálgico que volvía a aparecer ante mí para regodearse en lo que pudo haber sido y nunca fue. 

Pero esa noche lo que me recordó distaba mucho de todo lo que yo había imaginado. Sí, me confesó que veía a esa niña tímida que se escondía para escucharle cantar. Sí, deseó llevarme con él a sus conciertos y fiestas. ¿Y por qué calló? ¿Podía tener miedo él también?

Aquella noche, muchos años después, cuando las idioteces y el tiempo ya te han regalado la carta de la experiencia, cuando una boda y una mesa de solteros te vuelven a juntar con ese amor patético de juventud, y cuando finalmente el miedo al rechazo, gracias a un par de gintonics, ha dejado paso a las miradas cómplices, la noche se convierte en algo que, por fin, es.

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