Instante de peligro


¿Un pájaro piando de madrugada? Era, por lo menos, algo inusual. Ella volvió a cerrar sus ojos intentando conciliar el sueño con aquella nueva banda sonora. De pronto, un cambio de luces, como una ráfaga de sombras que cruza en el interior de sus párpados, adueñándose de la escena. Eso es, todo en penumbra, solo que aquello no era una película. El pájaro tampoco hablaba ya. El silencio contenido del público antes del último acto.

Ella abrió sus ojos y se acercó hasta la ventana. La fría noche invitaba a descubrirla. Cogió otro cigarro, lo encendió y en la noche oscura su cara quedó iluminada por un breve momento. Salió al alfeizar de su ventana. Una niebla espesa seguía instalada en el ambiente. Aquel invierno estaba siendo demasiado largo.

Buscó entre las ramas de los árboles cercanos, esperando encontrar a aquel pajarillo trasnochador que parecía volver de una noche de juerga. Pero no encontró ni un leve crujido entre las sombras. Ni un movimiento entre el silencio nocturno. Nada.

Se quedó en la penumbra, fuera del alcance de la única farola encendida, enfundada en un pijama de algodón azul marino quizá demasiado fino. De pronto se fijó en el suelo, justo debajo del gran roble que presidía la entrada de su casa. El cadáver de un pajarillo yacía inmóvil sobre el gris empedrado.

Instintivamente, levantó la vista. Se sentía observada y, por primera vez en su existencia, sintió un miedo atroz por perder su vida. Examinó ansiosa a derecha e izquierda, la calle parecía desierta y en el momento en que decidió resguardarse, la luz de la farola se apagó. 

Su estómago dio un vuelco. Bajo la farola, una sombra estaba plantada y parecía mirar en su dirección, impasible y silenciosa. Su cigarro casi consumido permanecía entre sus dedos. Bajó la mirada para apagarlo contra el tejado y al alzar su pálido rostro la sombra había desaparecido. El miedo sobrecogió su alma con tanta intensidad que, en silencio, permaneció toda la noche en vela, vigilante, sin encender más cigarrillos.

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