De falsas esperanzas


Su barba descuidada ya tenía un color más grisáceo que aquel negro agresivo que había lucido antaño. Su cazadora de cuero y sus vaqueros desgastados todavía le daban ese aire rebelde, aunque ya marchito. Su actitud parecía altiva, y su andar precipitado y al mismo tiempo indeciso, como si dudara de su existencia a cada paso. Fumaba compulsivamente un cigarrillo que sostenía con fuerza entre sus dedos, y las monedas tintineaban en su bolsillo, mientras su mirada triste y solitaria vagaba desesperadamente entre la multitud, sin reparar en nada. Su carrera en el mundo del periodismo se había ido a pique sin poder preverlo, y sin conseguir ayuda pública ni de su familia cercana, había dejado su vida marchitarse consumiéndose en unos recuerdos ya caducos. Lanzó la colilla al empedrado, giró sobre sí mismo y, dejando un rastro de whisky a su paso, entró apresuradamente en la casa de apuestas de su barrio.
No se puede vivir de sueños, pero se puede malvivir con falsas esperanzas.

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