Diario de una escritora

Es bonito releer mis textos antiguos. Me asombra ver cómo se plasma en la escritura el estado de ánimo en el que me encontraba al redactar cada uno. Ahora siento la tentación de cambiar cosas, ser menos cínica o a veces no tan ingenua. Sin embargo no lo hago porque pienso que es una especie de diario, tiene el mensaje que os transmito pero a la vez a mí me transporta al momento en el que lo escribí. Y ese mensaje cifrado es algo que me encanta, porque es solo mío. Por supuesto que hay errores y claro que hay cosas que ya no comparto, pero esa es parte de la gracia, vamos cambiando y nuestros textos lo hacen con nosotros.

Hace tiempo me preocupaba la inspiración. Cómo recuperarla después de mucho tiempo sin escribir. ¿La falta de tiempo se considera una excusa? ¿Solo puedo escribir si estoy enamorada o absolutamente deprimida? ¿Cómo puede mi escritura ser tan dependiente del amor? Me irritaba verme tan frágil. Era como perder el control sobre mí misma.

Sin embargo ahora lo sé. Un piano, una noche tranquila y un pequeño grillo cantarín. O quizás un río con gran caudal y un saxofón acompañando el ritmo. Puede que el olor y el tacto de un césped fresco a orillas de un lago con una familia de patos jugando a zambullirse. O simplemente una cafetería con encanto, una chimenea crepitante y el aroma de un buen chocolate. Y la niebla, sí, la niebla cubriendo un frío paisaje nocturno. 

En realidad cualquier cosa basta para inspirar un buen texto. Antes lo buscaba desesperadamente, pero no funciona así, el momento aparece. Es mágico. Solo hace falta observar, estar abierto a dejarte guiar por tus sentidos. Ellos son los que despiertan al corazón y sin esa corriente que consigue mantenerte en vela, o absorta en tu idea, en ese rincón de tu imaginación en el que estás creando algo de la nada, la escritura resulta insípida, vacía.

Te invito a dejarte guiar por tus sentidos, viviendo el momento, saboreando cada palabra compartida, todas las imágenes que aprecia tu retina, la textura que permanece en las yemas de tus dedos. Vívelo todo como si fuera lo más importante del mundo para ti, como un momento único e irrepetible porque, por insignificante que parezca, lo cierto es que lo es.

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