El sueño

El insomnio la estaba consumiendo. Las horas pasaban y la necesidad de dormir era apremiante. Escuchaba el sonido monótono de las agujas de su reloj hacer eco entre las paredes de su dormitorio. Giraba hacia un lado y hacia el otro, cambiando continuamente de postura, buscando la comodidad y, con suerte, el placer del sueño que no llegaba.

Pero ese deleite no llegaba. Pasadas las tres de la madrugada, después de pasar inmediatamente de un electrizante escalofrío a un calor asfixiante sin término medio, sintió un arrebato inoportuno por salir a tomar el aire fresco, mientras su cerebro aún se debatía sobre si aquello sería contraproducente en la búsqueda del descanso. Varios minutos más se entretuvo sopesándolo, hasta que el arrebato pasó de largo.

Entonces pensó que tal vez escuchar música relajante podría ayudarla a conciliar el sueño. Media hora más tarde, prestando atención a una canción detrás de otra, cayó en la cuenta de la inutilidad. Dos veces más se vio obligada a añadir minutos al temporizador del móvil que apaga la música automáticamente, mientras teóricamente ella duerme.

Tras emplear trucos de la vieja escuela sin el menor éxito, como alcanzar un número indefinido de ovejas en su memoria, contempló la posibilidad de escuchar la radio. La compañía de una voz tranquilizadora es tan agradable y pacífico como interesante. El argumento del locutor, unido a esa voz profunda y enigmática, desgraciadamente resultaba tan atrayente como inútil para el propósito que buscaba.

De pronto, las agujas del reloj empezaron a agobiarla y resonar en su cabeza y sintió la punzada de un lento e inexorable dolor de cabeza acercándose hacia ella. Los tapones solucionarían la papeleta pero probablemente dificultarían el despertar.

Pensó seriamente en escribir su patética situación a través de un texto ilustrativo y coherente a la par que ameno con el fin de caricaturizar su desgracia, pero descartó la idea rápidamente.

La necesidad de dormir se impuso a la responsabilidad de madrugar y, finalmente, la almohada encima de la cabeza cumplió el cometido de amortiguar las agujas del reloj y amansar el retumbar de sus latidos nerviosos por alcanzar un sueño que, receloso y caprichoso, terminó por llegar.