Verde menta

La luz de la luna se colaba por su ventana, dibujando una estrecha línea por encima de su colchón solitario. La habitación permanecía a oscuras, dejando intuir entre las sombras el escaso mobiliario y la multitud de cuadros dispersos. Varios lienzos reposaban contra las paredes y las gotas de una lluvia tardía repiqueteaban sobre el tejado de aquella buhardilla parisina. El olor a madera y a pintura se mezclaban consiguiendo una fragancia inspiradora. 

Él empapó el pincel en el color verde y varias veces en el blanco, alcanzando el verde menta que llevaba varios días robándole el sueño. Su técnica era incomprendida para muchos, nadie podía entender que pintar prácticamente a oscuras pudiera considerarse racional y mucho menos acabar siendo algún tipo de arte. 

Unas velas gruesas descansaban entre el lienzo y sus pinturas, permitiendo que pudiera apreciar el curso de las líneas lo suficiente para conseguir el efecto abstracto, difuminado y profundo que le distinguía. Su técnica era única, y su secreto era inconfesable: no tenía ni idea de dibujar. Pero pintar era otra cosa, después de todo. Él sentía cuándo debía mezclar un color con otro. Recibía la inspiración casi en cualquier momento, por todo tipo de circunstacias, olores, texturas. Sus sentidos estaban abiertos y expectantes en todo momento.

Aquella noche, con su luna y su verde menta, consiguió fusionarse con la naturaleza y plasmar el frescor, el peligro y el silencio de una imprevisible selva amazónica. Esta obra fue incluida en su colección Nature sensations, expuesta en el Museo Pompidou y que causó un gran revuelo, consiguiendo que las firmas hoteleras más cotizadas se pelearan por sus cuadros y los coleccionistas más ambiciosos le tentaran con jugosas ofertas. 

Finalmente todos ellos fueron enviados a la Institución Pública de la Tercera Edad Parisiense, con la esperanza de transportar a esos ancianos a lugares exóticos e inalcanzables para ellos, imprimiendo sensaciones y contagiándolas a través de un simple lienzo y sus colores. Ese era el verdadero propósito de su vida como pintor: trasladar a las mentes de otras personas la magia que habitaba en la suya. Y todo ello sin saber dibujar.

Después de todo, era ya evidente que su ceguera nunca le había impedido a él sentir y, visto lo visto, tampoco transmitir.

Comentarios