A cazar

 

Tenía la certeza de que ese chico también acabaría por enamorarse. Había estado en contacto telefónico con él haría cosa de cuatro días y ya habían pasado la experiencia de hablar hasta altas horas de la madrugada, comparar aventuras amorosas pasadas, compartir gustos musicales y cinematográficos y, claro está, filosofar un poco. Aunque sus comentarios superaban la psicología barata, habían debatido sobre la educación y los valores, las redes sociales y hasta el sentido de la muerte, pero tampoco se le podía pedir mucho a este chico.

Ella había experimentado ya la gratificante sensación de ignorarle durante un periodo de tiempo largo, y observar cómo él acababa por reiniciar una y otra vez la conversación, incluso con pretextos algo absurdos, cada vez que se había agotado la anterior. Incluso se habían despedido a medianoche con el cercano "que descanses" y aquel prometedor "hasta mañana". 

Pero después de dos largas semanas conversando se dio cuenta de que todo aquello era en vano. Ella no necesitaba otra conquista a sus espaldas. Ni siquiera eso la hacía feliz. Ya los jóvenes, por muy altos, apuestos o inteligentes que fueran, no le satisfacían. Es posible que hubiera envejecido, notaba el peso de la experiencia sobre su cabeza, se sentía siempre dos pasos por delante, vaticinando con sorprendente exactitud cuál sería la siguiente etapa de la relación. Pronto empezó a sospechar que quizás esa seguridad podía ser apreciada desde fuera porque incluso notaba cómo ahora los señores se sentían atraídos por ella, su conversación y sus modales. 

Siempre había encontrado fascinantes las batallas dialécticas, el debate político y las conversaciones constructivas, esas que no dejan indiferente o acaban por sacar de los esquemas establecidos. Y se dio cuenta de que ahora todo eso era prioritario, ya el chico joven despreocupado y aventurero le resultaba tan indiferente e imperceptible incluso como el movimiento de una nube. Ahora lo que ella buscaba, lo que de verdad ansiaba, era un hombre, y lo más complicado era que no tenía ni idea de dónde encontrarlo. 

Ese nuevo día se miró al espejo y se repitió en voz alta una máxima: Lo imposible solo tarda un poco más. A cazar, pequeña. Y salió sonriente con la barbilla bien alta.

Comentarios