Mariposa
Se fue tan rápido como llegó, con la vida a contrapié y un sinfín de excusas baratas bajo la manga. No fue una gran pérdida, solo una anécdota más para contar en las reuniones de amigas. Estaba condenada a ser la soltera del grupo, la que provocaba un ligero sentimiento de pena y siempre podía encajar con múltiples "amigos de".
Llevaba el cartel de fiestera colgado en la frente y el de enamoradiza en la espalda. Se decía de mí que era capaz de creer ciegamente en que algo malo podía funcionar, vivir en el mundo piruleta y seguir alimentándome de recuerdos de adolescente. Me resignaba a crecer y, como consecuencia de ello, mi madurez parecía condenada a esquivarme. Como si equivocarme fuera un derecho y el fracaso mi forma de aprendizaje.
La única ventaja de todo ello, y la razón por la que secretamente me envidiaban mis amigas, era mi capacidad para olvidar al cretino que me había dado calabazas. Tres días de luto era la media, y después, a por otra cosa mariposa.
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