Cara a cara

Discutir con él empezó a ser una costumbre. La distancia se empeñaba en ensombrecer nuestras palabras, ocultar nuestros deseos y enturbiar los pensamientos. Todo podía malinterpretarse, todo podía verse tras las gafas de la desesperanza y el desconsuelo. Las ganas de quererse se consumían por la necesidad de abrazarnos. Nada podía compararse a tenerlo delante, entre mis manos, claro y sencillo. Con nuestras miradas explicándose lo que las palabras no podían, añadiendo una intención limpia y dándonos un sentido. Fácil. Puro. Uno frente al otro. Cara a cara.