Descubriendo al inseguro


Probablemente es el tipo más complejo con el que me he topado, y lo cierto es que a primera vista, es increíblemente tentador. Un aura enigmática le envuelve, con esa elegante forma de moverse y de utilizar el don de la palabra. Todo está perfectamente estudiado. Desde su carismática sonrisa, su asqueroso descaro y su arrebatadora mirada, hasta una conversación de corte despreocupado, humor inteligente y una mordaz sinceridad. Todo en él resulta atractivo.

Con el tiempo se descubren pequeños indicios de inseguridad en relación con su aspecto. Una parte de nosotros nos dice: "solo un hombre seguro de sí mismo admitiría con tanta libertad sus defectos". Defectos que, por otro lado, no son tan defectuosos a ojos de cualquiera y el pensamiento inmediato es: "si esto es lo peor que tiene... ¿dónde hay que firmar?"

Ante esas pequeñas inseguridades la postura habitual suele ser la de apoyo y ánimo. Sin embargo decidí utilizar la psicología inversa y quitarle seriedad al asunto con alusiones desenfadadas a esos defectos. Sus reacciones inicialmente eran positivas, pero con el tiempo detecté algún tipo de resentimiento, un sufrimiento que no había sanado aún y que salía a la luz con mi ironía bienintencionada.

Con el tiempo dejé de utilizarla porque el inseguro malinterpretaba mis comentarios. Algunas situaciones que podían crear un vínculo más estrecho también resultaron problemáticas. La confesión de sentimientos, una dificultad laboral o el deseo de un sueño incumplido. Todo ello era muestra de una debilidad que no podía permitirse mostrar, le volvía vulnerable y frágil. Era evidente que ese filtro de negatividad solo estaba en su retina, pero le cambiaba la perspectiva sobre todo lo que mirara, incluida yo. 

Eran llamativos sus intentos por despertar los celos y esa sensación de pertenencia, probablemente como consecuencia de su gran falta de cariño. Conseguía que quisieras sentir apego. Al mismo tiempo era contradictorio cómo se justificaba cuando había algún indicio de ello, enseguida daba explicaciones no pedidas para tranquilizarme si aparecía alguna tercera en discordia. Sin embargo, al ser expuesto a los celos reaccionaba a la defensiva, unas veces con el argumento derrotista de abandonar el contacto por mi promiscuidad y otras con una especie de desdén e indiferencia que resultaban repulsivas y desquiciantes a partes iguales.

Su reacción a algunas palabras de ánimo eran interpretadas como sarcásticas o burlonas, y concebí la sensación de incomunicación que empezaba a asomarse con cierta frecuencia. Sentí que no podía ayudar al inseguro, que mis posibilidades de verter algo de positividad o fortaleza en sus pensamientos se iban encogiendo a marchas forzadas. 

Me di cuenta de que la complejidad que inicialmente había percibido era en realidad auténtica simplicidad. Él estaba interpretando un papel cuidadosamente estudiado, ocultando con pasmosa facilidad su verdadera identidad.

Pensé en lo distinto que era de esa coraza que me había enseñado al conocernos. Pensé que tenía la autoestima por los suelos y que eso es algo que tiene que solucionar uno mismo, reconstruyéndose pieza a pieza. Pensé que tenía que dejarlo marchar para que creciera fuerte e independiente, sin mí.

Después pensé que igual el miedo a sentir algo por él estaba haciéndome abandonarle antes de hora. Y me vi insegura y frágil, pequeña, derrotista y desnuda ante la perspectiva de volver a sufrir otra vez.