Desde mi ventana


La noche sentía celos de ti, probablemente. Te veía ahí tirada, con tu cuerpo entrelazado en unas sábanas blancas y tu respiración profunda, tranquila, al ritmo de unos latidos que alimentaban tu profundo sueño. La noche estaba celosa, seguro, y no porque fuera yo quien te hiciera sentir esa paz, sino porque ella nunca había compartido eso con nadie.

Solitaria y burlona, la noche se asemejaba más a mí de joven, cuando cerraba las discotecas y olvidaba el nombre de mis conquistas. Cuando el alcohol corría por mis venas con más familiaridad que mi propia sangre. La noche era mi mejor amiga, mi confidente.

Por aquel entonces tú solo eras una insulsa estudiante de química, encerrada en tus libros y tus horarios, camuflada bajo unas enormes gafas de pasta y un abrigo XXL. Caminabas arrastrando ligeramente los pies y saltabas el último escalón de las escaleras, conservando un halo infantil enigmático y enternecedor.

Ahora te veía ahí profundamente dormida, tan sencilla, tan auténtica, tan sensual, rendida al olor de mis sábanas, al calor de mi piel. No podía dejar de preguntarme por qué me elegiste a mí, y por qué yo a ti. Cómo podías tenerme ahí mirándote, admirándote, con la serenidad que jamás había buscado y, sin saberlo, tanto necesitaba. 

Ahí estaba, extasiado y obnubilado incluso, como un maldito niño viendo sacar el conejo de la chistera, sin poder apartar la vista de tu rostro, sin querer pestañear. Sintiendo celos de la almohada, por tenerte tan cerca. Sintiendo celos de la luna, por alumbrar tu piel y poder visitarte para siempre, cada noche, desde la ventana. Olvidando que por el momento, y hasta entonces, ya eras mía.

Comentarios