Desafiando a la muerte

En sus ojos brillaba la adrenalina. El día era radiante y podía hacer lo que quisiera. De camino a su trabajo, montada sobre una bicicleta urbana, volaba. El carril bici es un gran invento de este siglo. Y el vacío legal en cuanto a incumplir los semáforos es un claro aliciente para llegar al trabajo batiendo todos los récords de velocidad.

Las escasas curvas puede hacerlas casi inclinándose, como si un Márquez o un Rossi se hubieran apoderado de su cuerpo. Los semáforos de las grandes avenidas, en los que antes tenía que apretar el paso para que no se pusiera en rojo, ahora puede pasarlos como una bala, casi sin mirar a los lados. Osando, sí, desafiando a la aparición de algún delincuente que atente contra el tráfico y la seguridad vial. Otras veces el semáforo se le pone en rojo cuando está a punto de cruzar, a una velocidad punta, por el paso de peatones-bicis. Pero ella, sin miedo, acelera, aprieta las pedaladas y consigue hacer esperar a los coches que, furiosos, rugen sus motores. 

Allá va, unas veces haciéndose pasar por ciclista, con todos los derechos de usar el carril bici... y que nadie se le cruce por su carrilito, ¡que le atropella! Otras veces se hace pasar por peatón, usando -o abusando- de las aceras a su antojo, burlando a las abuelitas que arrastran su carrito de la compra, esquivando a los turistas despistados que, al menos, le deleitan con un "excuse me" muy cortés. Otras veces, por qué no, también se hace pasar por coche. Los atajos en los que los vehículos a motor tienen ventaja ¿por qué no habría de usarlos ella? ¡También tiene ruedas su vehículo! 

De pronto, dobla una esquina y un coche fúnebre le obstaculiza la acera. Decide entrar en el carril bici en el momento en que dos hombres trajeados cargan una camilla con un cuerpo tapado. Dos rostros se esconden detrás de pañuelos blancos. Un silencio mortal reina en la vívida escena. A ella se le encoge el estómago, y se le pasan las ganas de seguir desafiando a la muerte.

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