De selfies y pilates
Mi mano descansaba sobre aquel bote de madera gastada que a duras penas se mantenía a flote y transmitía una sensación de inseguridad y aventura a partes iguales. Tenía el corazón dividido y el estómago como una piedra que, como me parecía, iba a hundirnos al bote y a mí bajo las trémulas profundidades de aquel andrajoso río. Después de sopesar las estadísticas de sobrevivir al naufragio en primer lugar, y después a la picadura de alguno de los múltiples animales salvajes que me rodeaban, me di cuenta de que estaba perdido. Llevaba ya más de tres horas sin encontrar al grupo y, más importante, al guía que me había envuelto en aquella trepidante aventura en lo más recóndito de la selva amazónica. Para recomendarlo sin duda. Ahora me las veía ahí solo, sin ningún ser humano a mi alrededor y probablemente incluso en varios kilómetros a la redonda, consumido por el eco de misteriosos sonidos acechadores y potencialmente causantes de horribles muertes. El vaivén de aquella barq...