Traición
La acompañé a su dormitorio. Su cuerpo temblaba por todas partes, mientras lentamente nos movíamos las dos juntas, casi sin levantar los pies de las frías baldosas. Despedía un olor cansado, antiguo, almibarado con un toque dulce y familiar al mismo tiempo. Su cuerpo, larguirucho pero completamente encorvado hacia delante, se apoyaba en mi solícito brazo como si de un bastón se tratase. La metáfora me hizo sonreír con melancolía. Ella, que siempre había sido nuestro pilar, también se llamaba así. Mi abuela, la mayor de ocho hermanas, la trabajadora e incansable, la paciente, la bromista, la filósofa, la única superviviente. Noventa y siete años de vida. La conversación versaba sobre lo rápido que pasaba el tiempo y lo alta y guapa que me encontraba. Una parte de mí pensaba "de qué me va a servir si voy a acabar así de encorvada". Mi otra parte le decía con dulzura "no te creas nada, abuela, la mitad es maquillaje". Ella sonreía con energía, mientras sus ojos...