Descubriendo al débil
No puedo explicar con certeza en qué momento de mi vida personal terminé por entender la abundancia de la debilidad humana. En el ámbito profesional fue algo más fácil. Hubo un tiempo en el que todas las personas que conocía me parecían débiles y miserables, indignas de merecer la vida incluso. ¿Quién era yo para decidir sobre la vida de los demás? Una jueza, por supuesto. Magistrada del Tribunal Supremo, concretamente. Pero empecemos por el principio. Dos acusados deben elegir si aceptar un trato con el fiscal, a todas luces injusto para ellos pero más seguro que la incertidumbre de mi veredicto. Pactan. Una mujer testifica sobre las palizas de su ahora ya exmarido. No es capaz de precisar si sufría vejaciones, maltrato o desprecios con asiduidad. Sigue temiendo responder de forma clara. Debo absolverlo. Una prostituta me explica con un discurso muy bien ensayado que ella ignoraba la clase de trabajo que le ofrecían aquellos hombres altos y violentos. Dos o tres preguntas lar...