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Mostrando entradas de 2019

Antes del alba

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La noche estaba oscura, la luna brillaba. Sus ojos grises me seguían, curiosos, sin perderme de vista siquiera un instante. De pronto una sombra, con sigilo, se acerca. El frío sin quererlo me cala y dentro, muy dentro, mi corazón se agita. No te esperaba, pero has cumplido tu palabra. Has venido a buscarme, muy pronto, antes del alba.

La bata blanca

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La bata blanca se movía con destreza por el largo pasillo de baldosas en crudo y paredes blancas, decoradas con algún que otro cuadro abstracto con formas y colores tan optimistas como si los hubiera pintado una niña cargada de sueños por cumplir. La bata blanca con su apellido grabado en el bolsillo superior izquierdo y un par de bolis reposando en su interior, le ofrecía un aire distinguido, como el pedigree de un caniche que se presenta a un concurso de belleza canina sabiéndose el más apto de los presentes. La bata blanca no se paraba a descansar y también se hacía esperar, una especie de #quiero y no puedo, un #la vida me sobrepasa y yo estoy a merced de esta rueda, un #tengo miles de cosas que hacer y poco tiempo para decirlas con cariño, un #podría seguir con los hagstags hasta aburrirte, un #prefiero utilizar eufemismos y llenarte la vida de alegorías. La bata blanca se alejaba despacio, recta y serena, y ya estrechaba con fuerza la mano de su siguiente pacient

Hoy y ahora

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Hoy, en esta fría y lluviosa mañana de invierno, donde el tiempo deja huella y ya no puedo reconocerme, cuando me siento pequeña, vendida al mejor postor, sola, como si la más mínima ráfaga de viento pudiera descomponerme en mil pedazos, cuanto más pienso más lloro, porque ahora más que nunca, después de todo, después de tanto, puedo recordarte pero ya no te echo de menos.

Ganas

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Ganas de vivir sola. Apartamento propio, buhardilla con vistas a una bulliciosa calle, parquet italiano. Vespa de camino al trabajo, traje gris y tacones negros, pelo al viento. Comidas sanas, pasta y ensaladas, bañera los fines de semana. Algún que otro capricho, el olor de un bizcocho casero recién hecho, chocolate caliente. Paseos a la luz de las farolas, cena para uno, cine en blanco y negro. Ganas de cachorrito blanco alegrando mis mañanas, té ardiendo después de comer, y dormir con un buen libro.  Ganas de dejarlo todo y empezar de cero lejos, muy lejos. Donde nadie me encuentre, donde nadie me busque. Ganas de cantar en la ducha, por el pasillo, en mi diminuta cocina. Arreglar el grifo, no limpiar los cristales, la calefacción a tope en invierno. Ganas de tiempo libre, sin compromisos, sin paraguas en el bolso. Tardes de terraza en un café, puestas de sol desde la cima de un monte, dormir con el susurro del mar. Ganas de no tener televisión, ni móvil, ni ordenador. Gan

Mientras mi sonrisa dure

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Su corazón había oscurecido y no sabía por qué. Sentía rechazo hacia todo aquel que le llevara la contraria y, muy a menudo, su rostro aquejaba una desagradable mueca de asco. Tan pronto como volvió a su casa se hizo consciente del ambiente tenso que le rodeaba. ¿La enfermedad le había vuelto despreciable o solo le había hecho ser consciente de que lo era? No podía valerse por sí mismo y sentía su cerebro flotar en una especie de acuario apacible y sin vida, donde las aguas turbias, y más densas de lo esperado, no dejaban vislumbrar el camino a seguir. Se sentía perdido, no podía nadar hacia adelante sin temer por su vida, ni recordar la que le había traído hasta allí. Tal vez la desesperanza, el hastío o puede que el orgullo le hubieran transformado en el ser egoísta y desagradecido que ahora era. Sus labios rara vez pronunciaban palabras agradables y su mirada no tenía brillo. Parecía como si su cuerpo lo habitara un ser desprovisto de alma, que vagaba en el cuerpo de un

Lo intenté

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Intenté aferrarme a algo estable, que pudiera mantenerme unida a lo que me importa de verdad y al mismo tiempo sentirme emocionalmente viva. Intenté convencerme de que un futuro seguro es más importante que un presente inestable. Con esfuerzo, me negué mucho por creer en algo. Intenté olvidarte como olvido las porquerías que he comido, el número de veces que discutí contigo y las que te imaginé a mi lado. Intenté seguir como si nada, como otras veces, antes, mucho antes de conocerte. Pero me di cuenta de que ya no podía.  Juro que intenté olvidarte. Pero no te olvido.

Traición

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La acompañé a su dormitorio. Su cuerpo temblaba por todas partes, mientras lentamente nos movíamos las dos juntas, casi sin levantar los pies de las frías baldosas. Despedía un olor cansado, antiguo, almibarado con un toque dulce y familiar al mismo tiempo. Su cuerpo, larguirucho pero completamente encorvado hacia delante, se apoyaba en mi solícito brazo como si de un bastón se tratase. La metáfora me hizo sonreír con melancolía. Ella, que siempre había sido nuestro pilar, también se llamaba así. Mi abuela, la mayor de ocho hermanas, la trabajadora e incansable, la paciente, la bromista, la filósofa, la única superviviente. Noventa y siete años de vida.  La conversación versaba sobre lo rápido que pasaba el tiempo y lo alta y guapa que me encontraba. Una parte de mí pensaba "de qué me va a servir si voy a acabar así de encorvada". Mi otra parte le decía con dulzura "no te creas nada, abuela, la mitad es maquillaje". Ella sonreía con energía, mientras sus ojos

La llamada

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Una calma extraña reinaba en el jardín trasero, el calor algo pesado y la humedad en el ambiente permitían estar al aire libre con un ligero vestido. Un grillo cantarín y melancólico hacía frotar sus alas en busca de un escarceo nocturno. Las luces blancas de los relámpagos caían repartidas por el cielo sin ton ni son, en una cascada de luces caprichosamente diseñada, perfilando las finísimas nubes dispersas y dejando a descubierto su casi desapercibida existencia. La vegetación del jardín desprendía aromas intensos y evocadores en un afán por respirar el frescor del aire que tanto le había faltado durante el largo y caluroso día veraniego.  Las bocanadas de viento fresco empezaron a sucederse con violencia e imprevisión, moviendo a su paso los maceteros que arrastrados por su furia provocaban un estruendo lastimero contra las baldosas de la terraza. El silencio expectante adornado con las notas de aquel grillo trasnochador dio paso a un rumor sordo de truenos lejanos que parecí

Marioneta

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Hace tiempo que debí pronunciar tu nombre pero lo olvidé. Olvidé el tiempo que estuvimos juntos, en el que fuimos felices y corríamos a la misma velocidad que nuestra vida, sintiéndonos dueños del tiempo y de la felicidad misma. Recuerdo esos días con nostalgia y cariño, donde antes había dolor ahora hay calma, donde había rencor solo queda silencio. El silencio que tan cómodamente compartíamos y las miles de palabras que nos inspiramos. Ahora el tiempo pasa rápido por mi lado, ignorando mi presencia, casi con regocijo me mira de soslayo y sonríe con picardía. Sabe más que yo, conoce mi destino y mi final, y yo soy una simple marioneta que olvida sus recuerdos e imagina los que vendrán.

SMS

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Escribo y borro. Escribo y borro. Escribo. El miedo vuelve. Mi valor se encoge. Tu imagen está viva. Mi recuerdo me acobarda. Tu sonrisa contagia. Mi esperanza crece. Tu inseguridad me mata. Mi abatimiento llega. Tu partida me destroza. El miedo llega. Y borro.

Desafiando a la muerte

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En sus ojos brillaba la adrenalina. El día era radiante y podía hacer lo que quisiera. De camino a su trabajo, montada sobre una bicicleta urbana, volaba. El carril bici es un gran invento de este siglo. Y el vacío legal en cuanto a incumplir los semáforos es un claro aliciente para llegar al trabajo batiendo todos los récords de velocidad. Las escasas curvas puede hacerlas casi inclinándose, como si un Márquez o un Rossi se hubieran apoderado de su cuerpo. Los semáforos de las grandes avenidas, en los que antes tenía que apretar el paso para que no se pusiera en rojo, ahora puede pasarlos como una bala, casi sin mirar a los lados. Osando, sí, desafiando a la aparición de algún delincuente que atente contra el tráfico y la seguridad vial. Otras veces el semáforo se le pone en rojo cuando está a punto de cruzar, a una velocidad punta, por el paso de peatones-bicis. Pero ella, sin miedo, acelera, aprieta las pedaladas y consigue hacer esperar a los coches que, furiosos, rugen sus

Desde mi ventana

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La noche sentía celos de ti, probablemente. Te veía ahí tirada, con tu cuerpo entrelazado en unas sábanas blancas y tu respiración profunda, tranquila, al ritmo de unos latidos que alimentaban tu profundo sueño. La noche estaba celosa, seguro, y no porque fuera yo quien te hiciera sentir esa paz, sino porque ella nunca había compartido eso con nadie. Solitaria y burlona, la noche se asemejaba más a mí de joven, cuando cerraba las discotecas y olvidaba el nombre de mis conquistas. Cuando el alcohol corría por mis venas con más familiaridad que mi propia sangre. La noche era mi mejor amiga, mi confidente. Por aquel entonces tú solo eras una insulsa estudiante de química, encerrada en tus libros y tus horarios, camuflada bajo unas enormes gafas de pasta y un abrigo XXL. Caminabas arrastrando ligeramente los pies y saltabas el último escalón de las escaleras, conservando un halo infantil enigmático y enternecedor. Ahora te veía ahí profundamente dormida, tan sencilla, tan

Miedo

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Tenía miedo de reconocer que no se sentía como esos personajes de sus novelas que derrochan pasión, valentía y determinación. Esos personajes protagonistas que consiguen erizarnos la piel con sus aventuras persiguiendo un sueño o un amor, con los que nos identificamos todos en nuestra lectura y a los que citamos en los consejos que abanderamos cuando el timón lo lleva otro.  Sin embargo, a la hora de la verdad, después de la vorágine, cuando el mar ha vuelto a estar en calma y las decisiones ya han sido tomadas, en ese momento es cuando pensamos en la valentía. Esa que nos faltó en el momento preciso y el lugar indicado. En ese momento, en la inmensidad de la noche con un par de estrellas guiando nuestro insomnio, vemos dibujarse finas líneas doradas en la oscuridad recordándonos con pasmosa exactitud los rasgos de nuestro amado o el camino de vuelta a casa. Ese que no hemos sido capaces de seguir porque el miedo, el terror a perdernos, ha nublado el horizonte e intoxicado nue

La melodía

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El primer rayo cayó e hizo retumbar las paredes en el momento en que la melodía triste del piano empezó a sonar. Las notas se sucedían con maestría y su ritmo llenaba la sala, traspasaba la cocina, salía a las oscuras calles y alcanzaba el último piso del edificio contiguo, cuyos ventanales empañados escondían a una joven escritora. Y es allí donde germinó esta historia.  Las notas de ese piano melancólico se colaban en su cabeza y creaban colores, diálogos y vidas. Se imaginaba a un hombre angustiado por su rutinario trabajo que entraba en ese bar y la música conseguía despertarle de su ensimismamiento, primero acompañando su pesar con sus notas sostenidas y sus precisos silencios de reflexión. Luego su compañía, tan complaciente como apacible, parecía ser algo que ya no quería evitar, y se mezclaba con sus rápidos giros y pegadizas melodías, hasta que finalmente su pie involuntariamente conseguía acompañar su ritmo a modo de bombo que compenetra a la perfección con ese solo de

El guiño

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Años ochenta, una mujer joven y esbelta, con espesos bucles negros y mirada chispeante, maleta mediana y bolso al hombro como único equipaje, baja de un tren de cercanías dejando tras de sí la pacífica familiaridad de una pequeña ciudad como Granada y en el horizonte ve su sueño, su lucha, su autonomía, a punto de convertirse en realidad, en la gran ciudad.  Atocha, estación concurrida en hora punta, ruidosos golpes, maletas rodantes, gritos y lloros, olores fuertes, un ligero humo que se deshace entre el gentío, y aparece él en escena. Negro sombrero alado, cigarro en boca, maletín firmemente asido, traje gris, zapato negro, apoyado sobre una columna del andén número tres. En un instante cruzan una mirada lejana, tímida, cohibida. Ella se pierde en la oleada de viajeros, agarrando con firmeza su equipaje de mano contra su pecho, mientras el movimiento descontrolado de la marea humana la domina y el humo empieza a nublar su visión, el calor a agobiarla, el sudor resbala po

A tu ritmo

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Me dejo llevar, sigo tu estela, tú marcas mi ritmo. A veces me meces, me zarandeas. Otras eres tú el que me frenas. Pero yo siempre te elijo, yo soy la que tiene la última decisión. A mi alrededor otros duermen, hablan, tosen, teclean o se mueven. Son molestos, pero su presencia no nos afecta. Tú me sigues llevando, siempre; yo vuelvo a abandonarte, cuando quiero. Cuando llegamos a mi estación, lo sabes, me bajo al andén y te despido. No importa, nos volveremos a ver pronto, Alvia.

Cara a cara

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Discutir con él empezó a ser una costumbre. La distancia se empeñaba en ensombrecer nuestras palabras, ocultar nuestros deseos y enturbiar los pensamientos. Todo podía malinterpretarse, todo podía verse tras las gafas de la desesperanza y el desconsuelo. Las ganas de quererse se consumían por la necesidad de abrazarnos. Nada podía compararse a tenerlo delante, entre mis manos, claro y sencillo. Con nuestras miradas explicándose lo que las palabras no podían, añadiendo una intención limpia y dándonos un sentido. Fácil. Puro. Uno frente al otro. Cara a cara.

Descubriendo al inseguro

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Probablemente es el tipo más complejo con el que me he topado, y lo cierto es que a primera vista, es increíblemente tentador. Un aura enigmática le envuelve, con esa elegante forma de moverse y de utilizar el don de la palabra. Todo está perfectamente estudiado. Desde su carismática sonrisa, su asqueroso descaro y su arrebatadora mirada, hasta una conversación de corte despreocupado, humor inteligente y una mordaz sinceridad. Todo en él resulta atractivo. Con el tiempo se descubren pequeños indicios de inseguridad en relación con su aspecto. Una parte de nosotros nos dice: "solo un hombre seguro de sí mismo admitiría con tanta libertad sus defectos". Defectos que, por otro lado, no son tan defectuosos a ojos de cualquiera y el pensamiento inmediato es: "si esto es lo peor que tiene... ¿dónde hay que firmar?" Ante esas pequeñas inseguridades la postura habitual suele ser la de apoyo y ánimo. Sin embargo decidí utilizar la psicología inversa y quitarle ser

Aunque tú no lo sepas

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Aunque tú no lo sepas, siempre estoy pensando excusas para ir a verte. Cada vez más estúpidas, hasta que me paro y pienso, no merece la pena.  Pero es que aunque tú no lo sepas, llevas meses colándote en mis sueños, disfrazado de actor secundario o como parte de un decorado ridículo que no te hace justicia. Veo tus gestos en otras caras, camuflado pero siempre presente.  Te metes en mi cabeza, te veo en las películas navideñas y te escucho en mis canciones favoritas. Pero tú no lo sabes. Porque es verte y me tiemblan las piernas, y te juro que me pasa sin querer.  Aunque tú no lo sepas releo nuestras conversaciones y me imagino otras en las que somos sinceros y encajamos, pero el miedo enseguida me domina y vuelvo a creer que no merece la pena. Sin quererlo hago rimas y tarareo en la cocina, con decirte que casi pierdo el trabajo por escribir tu nombre en un informe o por sonreír embobada al magistrado del tribunal de lo penal, y no tenía ninguna gracia lo que d

Con su bastón roído

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Podía parecer el típico anciano contando anécdotas, con su bastón roído por el paso del tiempo, y su angustioso tic acariciando el extremo; me describía batallas de la guerra civil, los amigos que perdió y la soledad que se siente cuando todo a tu alrededor se viene abajo y ya no te quedan ni tus propias creencias, entonces solo puedes contar con un sentido del humor, verde o negro, inteligente o seco, para endulzar tus días. Ese era mi abuelo.

Mentiras

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Lo vi salir apresurado de nuestra casa, después de haberme soltado lo que era sin duda una sarta de mentiras, con su pitillo en los labios y apestando a colonia. Supe inmediatamente que iba a verla a ella, pero en lugar de quedarme esperando en casa a su regreso, suplicando al cielo y a la madre tierra que le hicieran entrar en razón, esta vez decidí seguirle. Avancé en mi coche siguiéndole a escasos metros del suyo, sintiéndome pequeña y a la vez poderosa, como en una película de espías pero con cierto regusto amargo. Llevaba una peluca puesta, la del cumpleaños de nuestra hija, que se había empeñado en llevar el pelo de Blancanieves la semana pasada. Mientras lo seguía me venían a la cabeza preguntas patéticas. ¿Cuánto tiempo llevaría engañándome? ¿Con cuántas mujeres? Ni siquiera​ nada de eso importaba ya. ¿Por qué me había sido infiel? ¿Cuándo dejó de quererme? ¿Por qué yo aún seguía haciéndolo? Lo vi aparcar en un barrio de las afueras, y me quedé en doble fila a un

Oasis

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Me creía viva y poderosa justo antes de dejar que aquella emoción me invadiera por dentro, y la sentí hacerse dueña de mi cuerpo, extendiéndose​ a la punta de mis dedos hasta que la pesadez me impidió mover ni uno solo, sumiéndome en un estado letárgico, un excepcional y dulce oasis inquietantemente pacífico, rodeado por buitres ansiosos que me miraban desafiantes mientras mi cuerpo, cada vez menos mío, me abandonaba a una paz de la que no querría —ni podría— escapar en mucho tiempo.

Descubriendo al psicópata

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La vi tan frágil e indefensa que no pude creer que hubiera sido condenada a cadena perpetua. Su aire angelical y sus exquisitos modales hacían de ella una mujer atractiva, su mirada frágil y penetrante resultaba casi hipnótica y su voz dulce y suave conseguían encandilar hasta a un reputado doctor. Pero yo ya había sido advertido. Mi primera visita fue un oscuro presagio desde su inicio. Ella estaba sentada frente a mí con aire escéptico y las esposas envolvían sus delicadas muñecas sobre una mesita desvencijada. Le dije: "Empecemos por el principio". Su historia resultaba bastante enrevesada aunque los detalles aparecían a menudo precisos y con coherencia. Algunas cuestiones, por pudor o vergüenza, no me fueron reveladas. No insistí. La confianza es la primera columna que sostiene la relación médico-paciente.  En mi siguiente sesión ahondamos en su malograda educación, su familia desestructurada, la muerte prematura de su madre y los maltratos de su padre. Tenía el

Descubriendo al mujeriego

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No me gusta presumir de ello, pero lo cierto es que había conocido a muchos hombres de su estilo. De los que tienen una sonrisa encantadora y te encandilan con un sentido del humor y conversación interesante. Valores estudiados, un discurso abierto y predisposición a la aventura.  Son en su mayoría hombres que juegan y se adoran a sí mismos, disfrutan de saborear a su alcance lo prohibido, y en ocasiones lo prueban, claro. Pero es por todos sabido que se ven a la legua. Tanto ellos como ellas tienen las cartas sobre la mesa y su modus operandi resulta demasiado evidente.  Los dobles sentidos, jugar con la ambigüedad y el narcisismo, utilizar los apelativos cariñosos y motes ridículos, o bien las batallas de sexos son algunos de sus métodos. Si os digo la verdad, hace tiempo que me cansé de enumerarlos. Al final había algo en ese tono de voz grave y meloso que emplean que los hacía totalmente reconocibles y convertía en inútil la maldita lista. También debo confesar que e

Descubriendo al cínico

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Hace tiempo que estoy observando este perfil de persona. Llevo acumulando opiniones encontradas sobre su actitud ante la vida, tratando de no identificarme con él y tampoco ser demasiado hipócrita. No quiero pecar de ingenuo ni de listillo. Me he convencido de que todos tenemos algo de cínicos en algún momento y algún aspecto concreto de nuestra vida, y así he conseguido reconciliarme conmigo mismo. Aquel día sin embargo le di muchas vueltas a la hipocresía, desprecio y crueldad de una persona cínica. Siempre me había impresionado la facilidad con que cambian de opinión en función del interlocutor o de quién sea la víctima en la ecuación. Su capacidad para encontrar el ejemplo más gráfico, la frase más elocuente, para conseguir que los demás nos sintamos como unos retrasados mentales, burlados por la inocencia de nuestro optimismo innato, o probablemente adoctrinado que reside en algún gen que no podemos extirpar.  Lo más curioso es que parece que el cínico es el único cap

Descubriendo al melancólico

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Este era su aspecto habitual. Abstraído, ausente. En su mundo. Parecía una recurrente pose para el perfil de Instagram, pero doy fe de que ese era su estado normal. Estaba pero sin estar, aunque tuviera compañía. Esta vez no era así. Allí estaba él solo. Parecía una persona normal a la luz de una lámpara vintage de las que abundan en los restaurantes retro que están tan de moda. Los ojos de un extraño podían haberlo calificado como una persona interesante e incluso enigmática. A pesar de que aquel local no estaba concurrido, la entrada o salida de algún cliente ocasional tampoco perturbaba su concentración. Ese libro debía de ser tan absorbente como presenciar la mismísima llegada a la Luna. Pero lo cierto es que ese nivel de ensimismamiento no se debía al contenido del libro. Yo conocía los indicios que los demás ojos pasaban por alto. Me sentía una especie de Sherlock Holmes moderno, con un toque de Sócrates estudiando el comportamiento humano y disfrutando con su predic

De selfies y pilates

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Mi mano descansaba sobre aquel bote de madera gastada que a duras penas se mantenía a flote y transmitía una sensación de inseguridad y aventura a partes iguales. Tenía el corazón dividido y el estómago como una piedra que, como me parecía, iba a hundirnos al bote y a mí bajo las trémulas profundidades de aquel andrajoso río. Después de sopesar las estadísticas de sobrevivir al naufragio en primer lugar, y después a la picadura de alguno de los múltiples animales salvajes que me rodeaban, me di cuenta de que estaba perdido. Llevaba ya más de tres horas sin encontrar al grupo y, más importante, al guía que me había envuelto en aquella trepidante aventura en lo más recóndito de la selva amazónica. Para recomendarlo sin duda. Ahora me las veía ahí solo, sin ningún ser humano a mi alrededor y probablemente incluso en varios kilómetros a la redonda, consumido por el eco de misteriosos sonidos acechadores y potencialmente causantes de horribles muertes. El vaivén de aquella barq

Descubriendo al vengador

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Lo vi en aquel momento, débil y derrotado, con sus hombros bajos y la cabeza gacha. Todo en él estaba acabado, pero su mirada desprendía un brillo feroz, una determinación clara como nunca había visto. La decisión estaba tomada y el camino sería incierto. Con el paso del tiempo fui testigo de cómo su afán por conseguir venganza no solo no disminuía, sino que se hacía más fuerte aunque conociera la derrota y los obstáculos se multiplicaran a su paso. Yo había estudiado el comportamiento de hombres vengativos y fuertes que conseguían desarrollar sus habilidades para conseguir siempre su objetivo. Pero aquello era distinto. Una causa como conquistar una tierra, apoderarse de un bien ajeno, o cometer un asesinato son hechos delictivos y antisociales, que han generado a lo largo de la historia una sensación de adrenalina y poder a todos los hombres, sin importar su edad, raza o religión, y sin embargo ninguno es equiparable al empeño del vengador. Hay algo mucho más poderoso que le

Descubriendo al débil

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No puedo explicar con certeza en qué momento de mi vida personal terminé por entender la abundancia de la debilidad humana. En el ámbito profesional fue algo más fácil. Hubo un tiempo en el que todas las personas que conocía me parecían débiles y miserables, indignas de merecer la vida incluso. ¿Quién era yo para decidir sobre la vida de los demás? Una jueza, por supuesto. Magistrada del Tribunal Supremo, concretamente. Pero empecemos por el principio. Dos acusados deben elegir si aceptar un trato con el fiscal, a todas luces injusto para ellos pero más seguro que la incertidumbre de mi veredicto. Pactan. Una mujer testifica sobre las palizas de su ahora ya exmarido. No es capaz de precisar si sufría vejaciones, maltrato o desprecios con asiduidad. Sigue temiendo responder de forma clara. Debo absolverlo. Una prostituta me explica con un discurso muy bien ensayado que ella ignoraba la clase de trabajo que le ofrecían aquellos hombres altos y violentos. Dos o tres preguntas lar

Descubriendo al mentiroso

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A lo largo de mi experiencia profesional me he topado con grandes mentirosos. Personas con el innegable don de inventar excusas, más o menos escenificadas, donde hallar pretextos, manipular emociones, representar personajes y, en definitiva, crear. Eran creadores y yo, su fan más incondicional. Es maravilloso ver cómo un mentiroso se cree con el absoluto control de la situación. Pero créanme, es aún más fascinante saber que está mintiendo. Reconocer a mentirosos se convirtió en mi especialidad y yo, en una valiosa arma para el gobierno. Al principio me utilizaban en casos menores, robos sin testigos, violaciones sin sospechosos, incluso asesinatos sin pruebas. Solo conjeturas. Pero todos sabemos que una condena no puede fundarse exclusivamente en eso, ¿verdad? Con el tiempo empecé a conocer el prestigio en la profesión, ser indispensable es la misma sensación de control que siente al principio un mentiroso. Sin embargo, al igual que les pasa a ellos, son traic

Descubriendo al asesino

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Asesinaba a sangre fría y sin sentir remordimientos. El término asesino en serie parecía creado para él. Se movía rápido, de un condado a otro, sus víctimas eran de lo más dispares y no parecía seguir ningún patrón de conducta. Dieciséis estados le tenían entre los cinco más buscados del país y sin embargo seguía cometiendo crímenes con una precisión y perfección elogiables. Yo no solo había estudiado su perfil criminal, lo había creado tras analizar toda su trayectoria criminal y personal. Llevaba diez años investigándolo. Era un hombre inteligente, calculaba meticulosamente sus crímenes, no dejaba rastro y siempre llevaba la delantera. Tenía esa maldad dentro que parecía no provenir de este mundo, una persona cuya sola presencia hacía encoger el estómago y secar la garganta. Un rostro pálido y una gélida mirada azul personificaban el mal en la tierra y, sin embargo, a pesar de toda esa sangre fría, de vez en cuando mostraba tener compasión. Pequeños retazos, insignificantes,

A cazar

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  Tenía la certeza de que ese chico también acabaría por enamorarse. Había estado en contacto telefónico con él haría cosa de cuatro días y ya habían pasado la experiencia de hablar hasta altas horas de la madrugada, comparar aventuras amorosas pasadas, compartir gustos musicales y cinematográficos y, claro está, filosofar un poco. Aunque sus comentarios superaban la psicología barata, habían debatido sobre la educación y los valores, las redes sociales y hasta el sentido de la muerte, pero tampoco se le podía pedir mucho a este chico. Ella había experimentado ya la gratificante sensación de ignorarle durante un periodo de tiempo largo, y observar cómo él acababa por reiniciar una y otra vez la conversación, incluso con pretextos algo absurdos, cada vez que se había agotado la anterior. Incluso se habían despedido a medianoche con el cercano "que descanses" y aquel prometedor "hasta mañana".  Pero después de dos largas semanas conversando se dio cuenta de